Un día más en la oficina. Eso pensó Manuel, oficial de la UIP de la Policía Nacional, cuando se asomó por la ventana de la embajada española en Sudán y vio las explosiones y los tiroteos en las calles de una Jartum dividida en dos facciones armadas. Calculó rápidamente de cuánta gente tendría que hacerse cargo –tres diplomáticos, la chica de prácticas y dos administrativos destinados en la delegación– y repasó el armamento del que disponían su compañero, un policía de la UPR, y él si la cosa se complicaba: dos subfusiles y tres armas cortas. Una ruina. Echó un vistazo al monitor y releyó la petición que estaba redactando en ese momento: le pedía a sus superiores más medios técnicos y humanos porque la situación en Sudán se parecía mucho a los albores de una guerra civil. Manuel supo que la solicitud ya no tenía sentido; ahora tocaba poner en marcha el plan de seguridad y el primer paso era concentrar a todo el personal a proteger en un lugar seguro. La guerra no era algo ajeno a Manuel, veterano de la embajada de Libia en 2013 y de la de Kabul en 2021.

La residencia del embajador fue el lugar escogido para agrupar a todo el personal de la delegación, lo que se consiguió en muy pocas horas. Pero una secretaria y sus tres hijos, de entre catorce y nueve años, se quedaron aislados en el domicilio de la mujer, así que Manuel cruzó Jartum aprovechando la ruptura del ayuno del Ramadán para trasladar a un lugar seguro a la administrativa y los menores. Las calles de la capital sudanesa se parecían a las de Tripoli y a las de Kabul cuando a Manuel le tocó interpretar allí el mismo papel.

En pocas horas, todos los españoles estaban en lugar seguro, protegidos por los dos policías nacionales. Al sótano de la residencia del embajador también llegaron miembros de las delegaciones diplomáticas de Venezuela, Polonia e Irlanda y ciudadanos de países hispanoamericanos, hasta un total de setenta personas que esperaron pacientemente durante diez días en el refugio preparado por los agentes españoles, que dormían dos o tres horas diarias para mantener la seguridad mientras al otro lado de los muros se escuchaban los disparos y las explosiones. “No éramos objetivo de ninguna de las partes en conflicto. El problema era el fuego cruzado –cuenta Manuel–. De hecho, poco antes de la evacuación cayó muy cerca una granada de mortero y una bala perdida acabó en una rueda de uno de nuestros coches”.

Con el canciller a los mandos de la cocina –“se le daba bien”–, la prioridad de Manuel y su compañero era fijar el momento y la vía de evacuación, que los policías pactaron con la inteligencia militar. Hasta Jartum no iban a llegar geos, como en Kiev o en Kabul, para comandar la evacuación, ni tampoco el ejército, que esperaría en la base aérea, a cincuenta kilómetros de la casa del embajador.

Los policías nacionales se toparon con el primer problema a la hora de organizar la salida, un problema que ya vivió en Kabul: no había suficientes coches para evacuar a las setenta personas. A situaciones excepcionales, soluciones excepcionales, así que en poco tiempo los policías juntaron diez coches, los que integraron la caravana de salida hacia la base aérea: “Tardamos más de dos horas en recorrer cincuenta kilómetros. Nada más salir, una granada estalló a pocos metros de la caravana. Le dije al embajador que a si caía otra nos volvíamos”. Los cincuenta kilómetros fueron en la cabeza de Manuel y su compañero muchos más: “Vas en permanente tensión, con el arma lista en cada control, en cada kilómetro de carretera”. Manuel y su compañero fueron los últimos en subirse a los aviones del ejército español. Hoy, semanas después, el oficial de la UIP sigue recibiendo los mensajes de gratitud de la secretaria de la embajada y de más evacuados de Jartum. “Esas llamadas y esos mensajes son, sin duda, la mejor medalla”, cuenta Manuel desde Granada mientras disfruta de sus dos hijos. “¿Hasta cuándo te quedas en España?”, pregunto. Se ríe y dice que no lo sabe. Busco en un mapa los sitios más peligrosos de mundo con embajada española y me juego con ustedes un café a que acabara en alguno de ellos. Y es que Manuel es, sobre todo, un guerrero.