Crismairis Pineda tenía treinta años. Su vida nunca fue fácil. Llegó a Madrid procedente de la República Dominicana. Tuvo dos hijos con un hombre al que dejó por otro con el que mantenía una relación un tanto complicada. El 10 de enero de 2018, el cadáver de la mujer apareció en un estanque de un parque de Villaverde. La autopsia reveló que había muerto ahogada y unos testigos aseguraron que la noche anterior había bebido. Fin de la historia en casi cualquier parte: Crismairis cayó accidentalmente al lago y murió. No aquí; no en España; no en Madrid. Aquí la historia no acabó ahí.

Un forense vio algo que le llamó la atención en el cuello de la mujer, unas marcas relativamente recientes, que no eran mortales, pero que sí apuntaban a algo más que un accidente. El grupo V de la Brigada de Policía Judicial se hizo cargo del caso. En pocos grupos pesa tanto la historia como en ese V, jalonado de éxitos y también de momentos extremadamente dolorosos.

Durante meses, los agentes de Homicidios intentaron avanzar lentamente en una investigación compleja desde sus primeros pasos. Interrogaron y descartaron a la pareja de Crismairis y trataron de reconstruir sus últimas horas de vida para comprender qué pasó junto a ese lago. Pasaron los meses, los años y el recuerdo de la muerte de la mujer se fue diluyendo. Pero el caso seguía abierto en la pizarra del grupo V.

Hace unos meses, alguien contó algo: dos tipos de origen ecuatoriano participaron en la muerte de Crismairis. Los agentes de Homicidios retomaron la información recabada cuatro años atrás: posicionamientos de teléfonos, declaraciones de testigos. Todo cuadraba: estaban allí en el momento del crimen. La agredieron y la arrojaron al agua aún con vida. La dejaron morir. La mataron. Huyeron a Ecuador y volvieron a España pasado un tiempo, cuando pensaban que a nadie le importaba la muerte de Crismairis. Se equivocaban. Al grupo V, sí. Va en su ADN hacer justicia, está en su historia.