El viernes pasado en el grupo de WhatsApp de mis amigas de Málaga, mi amiga Eli nos preguntó a las malagueñas que vivimos en Madrid:
- ¿Qué? ¿Pasáis de fase?
- ¡Sí!
Dijimos emocionadas Maricarmen y yo sin saber muy bien qué significaba aún eso de pasar a la fase 1 y cuáles serían nuestros privilegios. Cuando eres madre, los colegios están cerrados, no hay campamentos de verano, tienes a la familia lejos y tienes después de 70 días el síndrome de la cueva muy interiorizado, la fase 1 no te cambia la vida.
- ¡Bienvenidas! De la 0 a la 1 mi vida ha cambiado 0.
- Mmmmm. Eli, hija, no nos quites la ilusión así de golpe.
Me hizo reír y llorar al mismo tiempo. La gente de Málaga tenemos esa capacidad de reírnos de los dramas, de quitar importancia a las situaciones difíciles y de sentir que la vida con humor se lleva mejor o por lo menos se lleva.
El drama invisible en esta ocasión es el drama de todas las madres de España y esa sensación de abandono y de no avanzar. Desde ayer hemos pasado la primera pantalla de este videojuego que es el Covid-19, que tanto nos ha hecho sufrir a todos y a todas. Pero de repente, visualicé en esta nueva pantalla de la pandemia cómo todos los jugadores avanzaban, comenzaban a trabajar fuera de casa, salían a pasear a cualquier hora, disfrutando de los placeres de la libertad condicional. Pero había algunas jugadoras que no avanzaban al mismo ritmo, se iba quedando atrás, seguían encerradas en casa más de lo normal, intentando sobrevivir, teletrabajando en el mejor de los casos, mirando con recelo a través del visillo la vida pasar y renunciando a su vida de antes, a todo lo que habían logrado, con mucho esfuerzo en los últimos años. Estas jugadoras no estaban solas, aunque se sentían más SOLAS que nunca.
Madres que vuelven a casa. Madres que no saben qué hacer. Madres desesperadas, viendo cómo la sociedad avanza y ellas siguen en fase 0 sin saber hasta cuándo, con negocios propios cerrados, con cuotas de autónomos que llegan o con jefes (y jefas) que les dicen "hasta aquí llegó la opción de teletrabajar". Madres arrastrando culpa cuando dejan a sus hijos e hijas con los abuelos y abuelas. Abuelos y abuelas que se arriesgan por tal de que su hija no pierda el empleo que tanto le costó. Madres que no duermen por las noches intentando cuadrar las cuentas de su hogar y ver si una excedencia o un permiso sin sueldo les permite llegar a fin de mes. Madres que gritan afónicas al Gobierno exigiendo que miren de frente al problema social de la conciliación, que no olviden su compromiso con el futuro que son sus hijos. Madres que se responsabilizan en pareja cuando la tienen. Madres que crían solas. Madres olvidadas.
Nosotras que lo quisimos todo, nosotras que creímos que trabajar fuera y ser madres sería posible, nosotras que soñamos con una igualdad real, nosotras engañadas con el "nadie se quedará atrás", retrocedido pasos gigantes en esta crisis. Una crisis que creímos democrática y no lo es.
Al principio del confinamiento, pensé: "No hay mayor igualdad que esta". Ha tenido que llegar un virus como este para que sintamos la igualdad las mujeres en todos los ámbitos. Todos y todas nos vimos obligados a parar, a detener nuestra vida. El rico y el pobre. El directivo y la empleada de hogar. El taxista y la ingeniera. El mundo nos paró, en seco, sin esperarlo. Pensé, ingenua de mí, que nos estaba dando una gran lección. Y por un momento soñé con un mundo post-Covid mejor, más justo e igualitario. Imaginé una sociedad más corresponsable, donde los hombres, también confinados, ahora se implicarían más en el cuidado y las tareas doméstico-familiares. Pero esto no sucedió.
Miro por la ventana y veo muchas personas que comienzan la nueva normalidad, que van activando la vida tan necesaria, pero veo pocas madres porque la responsabilidad pesa y la culpa duele. Porque no fuimos madres para renunciar a nuestros hijos e hijas, para ponerlos en peligro o mirar a otro lado, esperando que nos solucionen la vida. Pero fuimos madres en una sociedad que creíamos responsable. Y ahora "el presupuesto no es suficiente". Las oficinas en casa ya no valen y la rueda empieza a girar, dejando atrás a las madres, eternas olvidadas de una sociedad, que más que nunca demuestra que la maternidad no importa, que las familias no son prioridad y que la conciliación es un asunto privado y no público.
Seguiremos luchando para que nuestra voz llegue y para que la respuesta del presidente Pedro Sánchez sea clara y comprometida.
Porque esto no es conciliar.
El sábado en la comparecencia, Manuel Méndez preguntó por nuestra petición, que ya han firmado más de 170.000 familias. La respuesta en el vídeo.