Primero fue el azúcar, después las bebidas refrescantes y ahora el punto de mira se centra en los productos ultraprocesados. El pasado jueves saltaba la noticia: el Gobierno catalán y los comunes llegaba a un acuerdo para crear un nuevo impuesto que gravaría los alimentos ultraprocesados, anunciado por Ada Colau en el Parlament.

Al parecer, el dinero recaudado con esta nueva medida fiscal se destinará a la protección de los pequeños productores y al mercado de proximidad, según Jéssica Albiach. Este impuesto tendría como objetivo promover un cambio de hábitos más que un fin recaudatorio, buscando prevenir la obesidad infantil donde en Cataluña se situa ya en el 12% de los menores.

¿Qué es un ultraprocesado?

Mucho hemos oído en los últimos años sobre ello, y la verdad que poco bueno. Sabemos que son malos, que son ricos en todo lo que debemos controlar para tener una dieta saludable y una vida sana: calorías, grasas de mala calidad, azúcares, sal… Pero ¿dónde está la línea que separa lo que es un alimento procesado de toda la vida que tantas veces nos ha facilitado la cocina y salvado comidas, y un ultraprocesados de los que tanto nos repiten que debemos huir?

La verdad que definiciones podemos encontrar varias. Desde los que aseguran que no son alimentos, si no que son preparaciones industriales comestibles elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos, formados casi por ningún alimento completo, si no listas de ingredientes, hasta el famoso sistema de clasificación NOVA de alimentos, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Sao Paulo (Brasil) o el sistema SIGA, de Francia.

De hecho, actualmente no existe una ley que establezca una definición específica por mucho que estemos hablando de ellos, y existe cierta controversia en el mundo científico con la forma de identificar qué es y qué no un ultraprocesado, ya que unas definiciones hacen referencia al tipo y grado de procesado y otros hacen referencia su composición y formulación. He ahí la cuestión: ¿qué es más importante: el número de ingredientes, la composición nutricional o la calidad de los ingredientes?

Sea como fuere, lo que está claro es que existe una relación directa a que un mayor consumo de alimentos ultraprocesados, ya sea identificado por NOVA o por SIGA, aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes tipo 2, cáncer, y, en general, también mayor riesgo de mortalidad.

Ultraprocesados y estado de ánimo

La falta de consenso a la hora de definir los límites de qué es un alimento ultraprocesado no frena la investigación científica y los efectos perjudiciales que tiene un consumo continuado de este tipo de alimentos (o sustancias comestibles, como queramos definirlos). La última revisión de investigaciones de estos alimentos que recuerdan a Frankestein por la cantidad de “partes” de otros alimentos que tienen, los relacionan con un peor estado de ánimo y personalidad.

Este estudio realizado en EEUU y Canada, donde las cifras de consumo de ultraprocesados asustan (el 57% de la comida que los estadounidenses entre 2 y 19 años era ultraprocesada) relacionaba un peor humor con su consumo. De hecho, hace alusión a una deficiencia de micronutrientes (vitaminas y minerales) de estos alimentos con síntomas de salud mental.

Por lo que ya se sabía, casi una docena de estudios realizados en países como Canadá, España, Japón y Australia ya había demostrado que las personas que consumen una dieta rica en alimentos integrales de perfil saludable tienen o presentan menor número de síntomas de depresión y ansiedad que las personas que tienen deficiencia de estos alimentos en sus menús diarios.

Aunque es muy atrevido decir que las elecciones de alimentos sean causa directa de problemas de salud mental, parece que algún papel sí podría llegar a jugar la alimentación tanto de forma positiva como negativa. De hecho, varios estudios han demostrado que cuando disminuimos el consumo de alimentos ultraprocesados y se aumentar el consumo de cereales integrales, frutas, verduras, frutos secos, legumbres, mariscos y grasas insaturadas como el aceite de oliva los síntomas de depresión, ira, ansiedad o irritabilidad disminuían.

¿Quiere decir esto que la comida puede ser la causa de problemas mentales? No (por ahora y con los datos científicos que tenemos). ¿Puede llegar a influir lo que comemos con nuestro estado de ánimo? Parece que si, que algo tendría que ver y que, comer bien ayudaría una mejor salud mental, y comer mal, propiciaría síntomas de trastornos emocionales.

Sea como fuere, la guerra contra el ultraprocesado para que acaba de empezar y, como ha pasado con otras tasas como la de los refrescos, parece que Cataluña una vez más avanza algo que puede verse a nivel nacional: un impuesto para los alimentos que menos tenemos que consumir. ¿Afectará a nuestro bolsillo? El tiempo nos dirá.