La política española y su relato andan en enredos más propios de una telenovela. El reparto del poder, las tensas negociaciones, lo que me prometiste y no me das, lo que le diste al otro y me ocultaste, el quítate tú para ponerme yo, mi parte alícuota, lo que me corresponde... Hay un sentido de la búsqueda de acuerdos que es lógico. A partir de ahí, pasarse de la raya puede llevarnos a un espectáculo patético, que acarrea hartazgo del personal.

Es la misma ciudadanía que afronta problemas que no ve reflejados en el debate en su justa medida. Esos ciudadanos pueden preguntarse, lógicamente, qué hay de lo mío. Aún hay quien se sorprende de que en Berlín hayan aprobado por ley la congelación del precio de los alquileres durante cinco años. Allí afrontan algo que aquí estamos sufriendo: cabe esperar de la política que resuelva la situación de los que ganan 800 euros al mes y deben pagar lo mismo por su derecho a una vivienda digna, contemplado en la Constitución.

Llevamos semanas hablando de partidos, de nombres y muy poco de medidas. Las últimas noticias nos indican que los nacimientos en España han disminuido casi un 30% en la última década. Se retrasa la edad para ser madres y cada vez nacen menos niños. Más allá de los nuevos hábitos de vida, supongo que tendremos en cuenta hasta qué punto los salarios bajos y la temporalidad repercuten en estas cifras. ¿Qué políticas hacer para afrontarlo? Sumamos que España es uno de los países con mayor esperanza de vida y lo combinamos también con la necesidad de un sistema de pensiones público viable en el futuro. ¿Hay alguien ahí? Mientras hablamos de lo que negociaron fulano y mengano, pero zutano le niega, atendemos a que perengano se opone, pero poco se dice de que la Universidad española sufre un recorte de 9.500 millones de euros en ocho años. Los maestros españoles prefieren tener menos alumnos por clase antes que una subida de sueldo. La saturación de nuestro sistema educativo ha ido a peor, mientras que la privada sale ganando. Aquí llevamos demasiados años sin que nuestros dirigentes políticos pacten un modelo educativo a medio y largo plazo. Eso sí, nos recreamos de rechupete con los pactos de gobernabilidad.

Los acuerdos resultantes articulan medidas de urgencia como cambiarle el nombre a la violencia de género o retirar carteles contra el asesinato de mujeres en el país de las 1.000 asesinadas desde que comenzó la estadística oficial. Las matan, sí. Por mayoría aplastante a ellas. Por eso hay que protegerlas. Aún hay que explicárselo a algunas sesudas señorías, con nuevo sueldo público, cuya aportación para combatirlo ha sido introducir el concepto de "violencia intrafamiliar", porque les pueden los prejuicios santurrones y el machismo.

Ni trabajar por el medio ambiente es cargarse Madrid Central, ni combatir la corrupción es que prescriban los presuntos delitos de Camps, ni sacar de la cárcel por el morro al hijo de Pujol. Abordar el conflicto territorial no es intentar llevarse unos votos con el "cuanto peor, mejor", ni llamarle puta a la alcaldesa. En tiempos de oferta y contraoferta, la parte contratante de la primera parte debiera acordarse un poco de que hay gente que lo está pasando mal, está hasta el gorro y con razón. No olviden sus problemas.

Gracias.