España afronta un desafío histórico de orden sanitario, económico, político y cívico. La amenaza del coronavirus para nuestra salud, las consecuencias del frenazo en la economía y, en definitiva, la prueba de fuego que la política tiene ante sí nos colocan en un momento determinante para las generaciones actuales y futuras. Conviene no perder de vista que lo más importante es que el sufrimiento y las pérdidas irreparables afecten a cuanta menos gente sea posible. Salir de esta y mejores debería ser la tarea de todos.

Pocas veces como hasta ahora nuestro sistema político se ha enfrentado a un examen así, en el que el trabajo en común de las administraciones debe salvar vidas y detener la sangría económica, que también trae y traerá sufrimiento a la población. Más allá de las necesarias labores de oposición y control con sentido común, las estrategias partidistas del corto plazo y el electoralismo deberían quedar supeditadas a una urgencia en la que los gobiernos internacionales, nacionales, autonómicos o municipales se están jugando la razón de ser de la política, que debería ser hacer la vida más fácil o menos difícil, si quieren, a los ciudadanos.

Es nuestro sistema sanitario el que está en la primera línea de fuego con profesionales que trabajan codo con codo. Son los trabajadores de la Sanidad, que se la han jugado y se la siguen jugando, quienes observan, de primera mano, que la irresponsabilidad de algunos ciudadanos o la ineficacia y falta de coordinación políticas pueden tener graves consecuencias y se cobran vidas. Ya ha ocurrido y hay motivos suficientes para ir aprendiendo de los errores. Hay enfrentamientos políticos que resultan pueriles, si no suicidas, cuando tenemos ante sí problemas urgentes de la magnitud del coronavirus. Los profesionales sanitarios e investigadores están siendo nuestro mejor ejemplo de trabajo en común. Tomemos nota.

La política debe estar al servicio de las necesidades sociales del día a día y, en un momento así, debería demostrarse a cada momento. Hay enfrentamientos y crispación que distancian al ciudadano de sus políticos, les restan credibilidad y pueden dañar nuestro modo de convivencia si la gente no encuentra soluciones como respuesta. La crisis actual está poniendo innumerables obstáculos y la altura política debería ser la contestación con actuaciones comunes y eficaces al abordar problemas como los rebrotes, la movilidad o la vuelta a las aulas. Son retos para demostrar que el gobierno central y las autonomías existen para colaborar y no para tener distintos bandos en una contienda.

Cuando un político actúa con eficacia o propone alternativas de forma constructiva, hace país. Con derecho, incluso, a equivocarse. Como todos. Cuando la equivocación es persistente, si el enfrentamiento es constante y la crispación estéril se adueña de la política, no sirve. No suma, resta. No resuelve, no aporta soluciones y molesta. La gente termina pagando las consecuencias. Del mismo modo, un ciudadano que cumple las medidas de seguridad, respeta las recomendaciones sanitarias y se toma esta situación en serio también contribuye al bien común. Está salvando vidas. Cuando alguien se fía más de Miguel Bosé que de su médico, nos daña y se hace daño. Si no te cuidas tú mismo, porque te da la gana, no esperes que nadie lo haga por ti. Aunque lo peor es que la irresponsabilidad de unos nos está pasando factura a todos. Y a unos más que a otros, como siempre. A ver si aprendemos.