Érase una vez un virus, que trajeron los comunistas para meternos en campos de concentración, imponer una dictadura y sembrar el caos. Mientras Sánchez nos adoctrinaba, puso a Iglesias en el CNI para espiarnos, saber lo que hacíamos en nuestros calabozos, confiscarnos nuestras casas y robarnos el bocadillo a la hora del recreo. Era el sueño húmedo de cualquier golpista, felón, chavista y filoetarra. La peste roja avanzaba y solo Casado y Abascal lo podían evitar.

Una aldea poblada por irreductibles liberales resiste ahora y siempre al invasor, con una lideresa espiritual que destapó la trama Gürtel, multiplicaba los hospitales públicos igual que las ranas y ataba al perro Pecas con longanizas. La lideresa le hizo a Pablo la carrera del galgo. A Santiago, le puso un chiringuito de esa España liberal con el dinero de los demás y Pecas se hizo mayor para enseñarnos cómo alimentarnos rico, rico, aunque los bolcheviques quieran engordarnos para después comernos crudos.

Fuimos felices comiendo pizzas, nuggets y regalices, hasta que los comunistas vinieron para fusilarnos igual que en Paracuellos. Lo mismico que la izquierda odia a los homosexuales, vaya. Igual que el Che Guevara. Porque el cambio climático no mata, los coches no se prohíben aunque haya accidentes y Madrid hizo espabilar al resto de España ante el coronavirus, pero los rojos tienen un plan para imponer el socialcomunismo y que terminemos todos cayendo ante las garras de Pedro el sepulturero y Pablo el vicepandemias. No se asusten si se han perdido con toda esta historia. Es su relato. Es lo que quieren: que andemos perdidos, que nos acojonemos y que les veamos como la salvación.

Hay una España que piensa en las fases para ir saliendo del coronavirus. Otra, se ha puesto a desfasar: "asesinos", "secuestradores", "mentirosos", "dictadores"… La curva de la crispación contra el gobierno español sube, al mismo tiempo que la curva del coronavirus baja. No nos engañemos: hay quien quiere tumbar la curva, pero también hay quien quiere tumbar al gobierno. Todos queremos derrotar al covid, pero algunos desean que caiga de paso el pacto de coalición y se nota. Desfase y confusión. A mansalva.

El coronavirus golpea al mundo. En España, hay más de 26.000 muertos, unos doscientos diarios, cientos de miles de contagiados, no hay vacuna, se optó por el confinamiento para evitar la propagación y el balance va siendo menos malo... Cabría pensar que esta es una oportunidad para la política de pactos, pero no. Aquí, la bronca se mantiene en todo lo alto. En otros países la oposición aplazó los enfrentamientos. En España, la tensión ha ido en aumento desde el día en el que Teodoro le lanzó a Sánchez que "el único responsable" de lo que ocurriera sería él.

No apoyar la votación del estado de alarma es solo la última en un relato de desfase, de colocón, donde el PP y Vox aparecen solos, rodeados de los que antes llamaban "los enemigos de España", y donde ahora comunistas como Ciudadanos, el PNV, Coalición Canaria o el partido de Revilla votan con el PSOE y Unidas Podemos, porque al parecer también son partidarios de esa conspiración bolivariana para encerrarnos en nuestras casas, imponer el marxismo, flagelarnos y torturarnos hasta que Casado y Abascal nos desaten.

Ellos sí que están desatados. Pablo Casado acelera. Ya dije hace tiempo que es un esprínter. Hará lo posible por llegar al gobierno con la misma rapidez con la que terminaba las carreras. Además, sabe que en esta competición ya no está solo. Si Abascal quiere "sacar los coches con banderas de España para manifestarse", a Ayuso le gustarán los atascos, pero Casado prefiere un rally. Pisar a fondo el acelerador aunque, esta vez, haya terminado entrando en la meta con Vox, Bildu, Esquerra o el partido de Puigdemont. Él dirá que lo hace por España, aunque le digan que parecían los autos locos.