Festivales con miles de asistentes y medidas sanitarias cuestionables, adolescentes en viajes de fin de curso sin tutelar, apertura del ocio nocturno. Cualquiera diría que para algunos la pandemia se ha terminado. Nada más lejos. Hay varias comunidades con una explosión de casos consecuencia de estas actividades festivas. Ahora mismo Cataluña está en el podio con una incidencia acumulada que supera los 700 casos por cada 100.000 habitantes. Los diagnosticados diarios se cuentan a miles. La mayoría son personas con menos de 40 años que todavía no han recibido la pauta de vacunación completa. Ante la penosa situación se han vuelto a restringir las reuniones y a implementar el toque de queda. Otra vez igual.

Los adolescentes son irresponsables. Que no se lea esto como crítica, sino como una descripción justa. La corteza prefrontal tarda unos 25 años en madurar. Es la región del encéfalo que se vincula a las funciones ejecutivas, entre ellas la toma de decisiones, la inhibición de la conducta, la capacidad de anticipación o la valoración de las consecuencias de los actos. Sin embargo, las estructuras subcorticales las tienen plenamente desarrolladas, que son las regiones del encéfalo que median las emociones, como el placer y la recompensa. Esto encaja con los comportamientos irresponsables y las conductas de alto riesgo que a menudo se observan en los adolescentes. La biología no es la excusa, es solo una descripción del hecho. Esto implica que a nadie le debería sorprender que la mayoría de los adolescentes se hayan comportado como adolescentes. El problema es que los adultos a su cuidado deberían haberse comportado como adultos.

Hay cientos de adolescentes contagiados en viajes de fin de curso. Al menos la mitad son menores de edad. A su regreso han contagiado a cientos de personas y han cuarentenado a miles. Han viajado para estar de fiesta ellos solos en medio de una pandemia con el permiso de sus padres. Esto es lo más grave de todo, el beneplácito de sus tutores para poner su vida en riesgo, y de paso la de todos.

Para sorpresa de nadie, han estado en botellones, conciertos y discotecas incumpliendo las medidas sanitarias. El consumo de alcohol tampoco es una cuestión menor y vuelvo a dejarla negro sobre blanco porque hay que hablar del elefante en la habitación. El alcohol merma la percepción del riesgo. Por eso el gran catalizador de esta explosión de contagios es la bebida.

Hay para todos, para los que lo han elegido y para los que lo han permitido. Macroconciertos, sanjuanes y discotecas con unos controles sanitarios deficientes. A la vista está que lo han sido. A ver qué hace la seguridad en un festival con decenas de miles de asistentes donde no es obligatorio mantener la distancia y se permite el consumo de alcohol. La mascarilla acaba de peineta y, estando la incidencia como está, habría sido milagroso que aquello no provocase un brote de contagios.

Se ha permitido al mismo tiempo que se ha desaconsejado. "Vete al festival que el sector está muy fastidiado, pero no vayas, que la cosa está poniéndose fea y aún no te has vacunado". La consecuencia de todo esto es que bajo el paraguas de la "cultura segura" algunos se están cargando la cultura que se pretende salvar.

Por otro lado, en qué cabeza cabe participar voluntariamente en algo así sin estar vacunado. Será por aquella letanía de que a los jóvenes este virus no les mata, que de tanto repetirlo se creyeron invencibles.

Cuanto más circule el virus, más oportunidades tiene de mutar y, por tanto, más probabilidad de que surjan nuevas variantes, más contagiosas o más resistentes, quién sabe. Por eso la incidencia ha de mantenerse muy baja hasta que gracias a las vacunas se alcance la inmunidad de rebaño. Es la única manera de acabar con esto de verdad. Sería cuestión de semanas. Pero esta permisividad veraniega lo está poniendo todo en peligro.

Este cúmulo de imprudencia y dejación de funciones lo ha salpicado todo de horror: más contagios, más hospitalizaciones, más negocios cerrados, más festivales cancelados, más cuarentenados, más personas sin trabajo, más dolor y más pobreza. Cuánta ruina han dejado a su paso, puñeteros irresponsables.