La reciente expulsión de la revista Science of the Total Environment del registro de calidad de Clarivate ha generado titulares sensacionalistas: "caída de una megarrevista", "el lado oscuro de la publicación científica", "pelotazo de las editoriales". Pero este episodio no pone en entredicho la credibilidad de la ciencia, sino todo lo contrario: evidencia que el sistema de control, aunque imperfecto, sigue operando con contundencia e integridad.
La historia concreta es esta: el 18 de noviembre de 2025 Clarivate eliminó a STOTEN de su base de datos principal, alegando que "ya no cumple nuestros criterios de calidad". Detrás de la decisión hay acusaciones muy graves, como que se detectaron irregularidades en el proceso de revisión por pares —incluyendo revisiones ficticias firmadas con los nombres de científicos reales sin su consentimiento—, lo que llevó a la editorial propietaria, Elsevier, a retractar decenas de artículos. Más allá de lo ocurrido en esta revista, el caso ha reabierto el debate sobre los incentivos perversos que operan en la publicación científica.
¿Qué es Clarivate y quién vigila la calidad de la ciencia?
Clarivate es una empresa privada —la propietaria del sistema Web of Science (WoS) y de los informes de impacto en revistas (Journal Citation Reports, JCR)— que funciona como uno de los grandes "verificadores oficiales" del mundo académico. Su rol consiste en decidir qué revistas cumplen unos estándares mínimos de calidad editorial, revisión por pares, ética en la publicación y consistencia en los datos de citas.
Además de Clarivate, hay otros servicios y bases de datos relevantes —como Scopus (propiedad de Elsevier) u otras bases de datos indexadas, así como iniciativas de acceso abierto y comités de ética editorial— que también contribuyen al control de la calidad científica.
Cuando una revista deja de cumplir los estándares puede ser "puesta en espera" (on hold), suspenderse su indexación o directamente ser expulsada, perdiendo su "factor de impacto" y su prestigio.
El método científico y el papel de las revistas
La base del sistema de la ciencia es el método científico. Un investigador diseña un experimento o un estudio, sus resultados se documentan, esos borradores se envían a una revista en forma de artículo, e expertos independientes —anónimos, voluntarios— revisan críticamente la metodología, los datos y las conclusiones: ese es el proceso de revisión por pares. Solo si los revisores lo estiman riguroso y robusto, el artículo se publica. Publicar, por tanto, significa hacer públicos los resultados de una investigación.
Pero publicar no es el final del proceso: una vez publicados, los artículos quedan abiertos a la comunidad científica mundial. Quien quiera puede replicar los experimentos, someter a crítica los métodos, revisar los datos. Si se detecta un error o una manipulación, los resultados pueden ser corregidos o retratados. Esa vigilancia permanente, colectiva y pública es la base del pacto de la ciencia con la verdad.
Las revistas científicas son por tanto canales públicos de difusión del conocimiento: hacen públicos los hallazgos, para que puedan ser validados, debatidos, contrastados, refutados o confirmados.
Vicios y límites del sistema
Ahora bien, el sistema no es perfecto. En buena parte está regido por incentivos externos que han deformado el espíritu original del sistema de la ciencia. Uno de ellos es la presión de publicar para obtener financiación, reconocimiento o categoría.
En España, por ejemplo, los llamados sexenios (complementos salariales que reconocen la actividad investigadora de un docente o investigador en universidades y organismos públicos de investigación) premian la publicación de artículos en revistas “validadas”, lo que muchas veces significa contar volumen más que calidad. Además, la financiación de proyectos de investigación está sujeta a cuánto se publica.
Esa presión ha generado la lógica del "publica o perece": investigadores cada vez más prolíficos, con decenas o cientos de artículos por año, investigación de bajo riesgo, énfasis en cantidad… lo que pone en entredicho la fiabilidad de las métricas bibliométricas.
Además, la publicación científica tiene un coste. Algunas revistas cobran tarifas elevadas por publicar, incluso cuando el dinero proviene de fondos públicos. Eso crea un modelo de negocio abusivo alrededor de la ciencia y una perversión del sistema público: los grupos de investigación pagan a editoriales privadas para difundir su investigación para obtener sexenios y para poder seguir financiándose.
Un elemento clave del sistema de evaluación son los cuartiles y el factor de impacto. El factor de impacto es —en principio— una métrica del promedio de citas que recibe una revista; los cuartiles (Q1, Q2, Q3, Q4) clasifican las revistas dentro de su área según ese impacto. Publicar en revistas de cuartil alto suele valorarse más. Pero esta métrica ha sido ampliamente criticada: cuando las citas y el número de artículos se convierten en objetivo, dejan de ser un buen indicador de la calidad real.
Otro problema estructural es que muchos estudios con resultados negativos —es decir, investigaciones que concluyen que un fármaco no funciona, o que un material no tiene las propiedades esperadas— no llegan a publicarse. Esos resultados también forman parte del conocimiento científico, pero al no hacerse públicos es como si no existieran
Finalmente, se ha normalizado la aparición de autores que apenas han participado o no han participado en una investigación —simplemente figuran como coautores para engordar currículos, garantizar contratos, sexenios y puestos—. Ese tipo de prácticas desvirtúa el verdadero mérito científico.
Los vicios del sistema no implican que la ciencia sea menos creíble
Aquí está lo esencial: ninguno de estos vicios anularía la validez intrínseca del método científico ni el valor de los descubrimientos rigurosos. Que existan revistas que se lucran a costa de cómo funciona el sistema, no invalida la calidad de las investigaciones que se publican en ellas.
Y lo que ha sucedido con Science of the Total Environment puede leerse como una demostración de la integridad del sistema: cuando alguien vulnera las reglas, cuando hay malas prácticas, hay mecanismos de control que actúan. Clarivate revisó la revista, detectó irregularidades, y la expulsó. Por su parte, el grupo editorial Elsevier aceptó una investigación interna y retractó artículos que no cumplían con los requisitos de calidad. La ciencia, en ese sentido, se autorregula, con transparencia y con contundencia. Caiga quien caiga. Ni siquiera un grupo editorial tan grande como Elsevier puede barrer sus errores bajo la alfombra, porque su producto es, precisamente, garantizar la veracidad de lo que publica.
La ciencia sigue siendo el mejor método de acercarse a la verdad
En un mundo marcado por la desinformación, las pseudociencias, los bulos y las afirmaciones sin base, el sistema científico —con sus imperfecciones— sigue siendo el mecanismo más robusto que tenemos para reconocer la verdad.
El método científico, la revisión por pares, la exposición pública de resultados, la posibilidad de corregir, de retractar… todo ello constituye un pacto sin fisuras con la verdad. Que una revista como STOTEN caiga —no porque sus artículos no gusten, sino porque su proceso fue irregular— es una señal de que la vigilancia existe, de que no hay impunidad.
Titulares sensacionalistas que hablan de "pelotazo" o del "lado oscuro de la ciencia", lejos de ayudar a subsanar los vicios del sistema científico, pueden acabar socavando la credibilidad de la ciencia —una credibilidad que se ha ganado a pulso—. Criticar seriamente los mecanismos —las métricas, los incentivos, los abusos— es legítimo y necesario, pero plantear la totalidad del sistema como sospechosa, es injusto y peligroso.
Es más fácil acaparar la atención con amarillismo que con mesura, rigor y prudencia. Pero ganar la batalla por el clic a costa de minar el prestigio social de la ciencia es una inmoralidad. Hoy más que nunca, cuando grandes decisiones sociales —sobre salud, medio ambiente, tecnología— dependen de datos fiables, desacreditar a la ciencia es pegarse un tiro en el pie. La ciencia no es perfecta, pero aun con sus fallos, es el mejor método que tenemos para distinguir lo verdadero de lo falso y, por tanto, garantiza nuestra libertad.



