Jesús no es la excepción que confirma la regla. Es uno más de esos delincuentes, ahora en vías de extinción, que crecieron al albor y reflejados en el espejo de los históricos atracadores de los años 80 y que, una vez entrados los 90, no entendieron que el mundo gira y gira y avanza y se reinventa y las cosas cambian, como lo hacen las personas y las leyes y hasta la tecnología, porque no puede ser de otra forma.

Todo cambió, menos él. Se acabó lo de la policía provinciana de tugurio y mano suelta. Ahora, ya no se necesita la confesión del choro. Un baliza conectada a un satélite se lo explica todo al juez, casi en tiempo real. No hacen falta apostaderos ni, en consecuencia, huidas con pasamontañas y coches robados. El ojo del gran hermano lo controla todo.

Jesús ha seguido amarrado a su cacharra de seis tiros y a su chándal Adidas de color rojo que tan "buen fario" le daba cada vez que ponía en práctica lo que su mente inquieta e inquietante barruntaba tras estudiar el nuevo banco al que "zumbar".

Un histórico del crimen

Jesús Contreras Porcel, el conocido como 'atracador del chándal', se quedó anclado allí, en los años 90 postolímpicos, en una ciudad, Barcelona, a la que el mundo tan pronto le puso el foco y el dinero como se lo quitó.

"Lo más duro son los primeros días, cuando entras, y los últimos días, antes de salir"

Jesús, durante todos estos años, no ha hecho otra cosa que lo que mejor sabe hacer: atracar entidades bancarias. Como lo ha estado haciendo su hermano mayor, su referente, su estigma, su perdición. En la cárcel, coincidió con él. Un tipo les buscó las vueltas y Jesús le partió la cara de un puñetazo. Seis meses en el 'especial', seis meses más de reclusión.

Atracos, drogas, descontrol, más atracos, más drogas, una vida a mil por hora, más atracos, más droga, despilfarro, una pelea aquí, una puñalada allá, otro juicio, otro ingreso en el talego, otro permiso, más reincidencia y una mujer que le quiso un día, que, con todo, le sigue queriendo, le aguanta y lo aguanta casi todo: Mercedes, su compañera de vida para ese viaje que Jesús decidió hacer en solitario.

Mercedes, el único motivo

Le despedí con un abrazo hace tres años, cuando entró en la cárcel a "pasar la última condena que me queda y que me acaba de bajar".

Hace una semana, me reuní con él y con Mercedes en una desangelada plaza de la localidad de Torredembarra (Tarragona). Jesús había disfrutado de su primer permiso de 24 horas concedido por la dirección de la cárcel de Tarragona, la última morada de este veterano atracador. "Lo más duro son los primeros días, cuando entras, y los últimos días, antes de salir", me dice Jesús.

Mercedes le mira, con una mezcla de amor y escepticismo… "Es la última oportunidad que te voy a dar, Jesús —le suelta, como si dejase caer una bamba—. Son muchas mentiras, muchas promesas incumplidas. He dado la vida por ti y por tu hijo, y por culpa de tu mala cabeza, he quemado mi juventud de cárcel en cárcel, visitándote, ayudándote, soportando la mirada obscena de los que me veían entrar y salir de los vis a vis. Y no puedo más", le dice Mercedes, con impávida seguridad y brillo en los ojos, haciéndome testigo de lo que es, sin duda, algo más que una advertencia.

Jesús la mira. Se ha olvidado de llorar, si no, lo haría. La mira y piensa lo que suponemos pero es incapaz de verbalizar: la vergüenza, la culpa y la emoción…

Ya no quedan más balas en la recámara, Jesús. El mundo ha cambiado. Nada es lo que era, ni si quiera tú. Es la ultima vuelta de tu carrera. Suena la campana. Aprieta, que el que quede el último ya no le va a importar a nadie, y cuando a nadie importas, estás muerto.

Por favor, Jesús, sé una excepción.