"Tú ¿cuánto pesas, abuelo? ¿30? Pues yo peso 100, o sea que ¡cierra la boca!".

Los jóvenes 'príncipes' de los clanes gitanos que ahora controlan una parte sustancial del tráfico de marihuana en nuestro país, no entienden o no quieren entender de jerarquías ni de códigos de honor y, por eso, se pasan por el forro el sacrosanto respeto que 'la familia' y el entorno, profesaban hacia el patriarca.

Delirios de juventud

Los jóvenes 'príncipes' están endiosados, embriagados de dinero. Dinero fácil, abundante y rápidamente obtenido por un tráfico de estupefacientes desaforado y descontrolado, incluso, para los que, desde hace décadas, se han dedicado a ese innoble oficio. Y como dice el refranero argentino, "billetera mata a galán".

La última operación de los Mossos d´Esquadra (500 agentes pusieron patas arriba al barrio de La Mina —Sant Adrià de Besòs, Barcelona—; 26 detenidos, la mitad, miembros del clan 'Los Manolos', han ingresado en la cárcel), ha evidenciado una realidad novedosa, profundamente llamativa y reveladora: los jóvenes traficantes de marihuana que otrora rendían culto y tributo al abuelo como si éste fuera poco menos que la traslación en la Tierra del poder divino, ahora, mientras toman cerveza y siguen comiendo habas crudas y bacalao seco, encienden sus Winston con billetes de 50 euros mientras, llevados por la mezquindad y la condición más ruin, se dedican a esquilmar al prójimo de forma arbitraria y a alardear de ello como nunca hicieron sus abuelos, los patriarcas.

Esta operación de los Mossos ha puesto de manifiesto cómo algunos jóvenes traficantes del clan, 'multaban' caprichosamente a aquellos a los que, por el motivo que fuera, querían poner de cuclillas ante sí, en muchos casos, simplemente por diversión. Esos 'príncipes' endiosados y repletos de oro y dinero han hecho del racket (extorsión mafiosa) su forma de vida.

Plomo o plata

—¡Me debes dos quilos de maría!

—¿Te debo? ¿Dos kilos? Pero, ¿de qué me estás hablando?

—Sí, me los debes y punto. Y si no me sueltas 15.000 lereles (euros) o me entregas tu najador (coche), te meto una bala en mitad de la oreja.

La deuda no existía. Daba igual. Habían abierto tanto la boca, que se les han cerrado los ojos. No eran solo los 15.000 euros por la patilla sino, por encima de ello, se trataba de saborear del regusto embriagador del poder y de la capacidad que éste tiene para acojonar. Eso, un patriarca no lo hubiera aprobado nunca. Eso no es robar ("que es para lo que estamos"). Eso es humillar. Y los viejos jefes nunca humillaban. Nunca alardeaban.

Malas generaciones

Los Mossos que han participado en esta última macro-operación de La Mina han constatado cómo los sospechosos habían contratado los servicios de unos "jornaleros" para que les cultivasen y recolectasen las plantaciones de marihuana (al aire libre o en pisos o naves industriales). Cuando el trabajo estaba hecho y solo faltaba llevarse la droga a los puntos de venta o distribución, saltaba la alarma: alguien había robado la mercancía. Habían sido los propios 'príncipes', pero responsabilizaban de lo ocurrido a los incrédulos e indefensos jornaleros. Éstos eran 'multados'. Y pagaban con su integridad si no apoquinaban por "traidores". Una traición que nunca se había producido.

Ya no existe respeto, ni reglas, ni orden en el desorden de ese concreto submundo del hampa que, hasta ahora, se había regido por unas normas tan ancestrales como anacrónicas, aunque por ello menos sagradas.

Siempre es mejor lo malo conocido que lo peor por conocer.