Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo. Esta frase es ley incluso asumiendo los límites de la afirmación de Audre Lorde y conviene tener en cuenta su vigencia para comprender que el marco de la institucionalidad tiene para la izquierda unos costes que hay que integrar en el debe de la acción política. El debate histórico de la izquierda sobre reforma o revolución tiene que estar presente en cada movimiento de la izquierda para prever los costes de jugar la partida de la política institucional. La permanencia durante más de cuatro años en un gobierno de coalición con el PSOE, primero con Unidas Podemos y ahora con Sumar, genera un desgaste y unas dinámicas que son preciso comprender para entender la dinámica de los partidos de izquierdas. El problema más evidente de una formación que se integra como socio minoritario en un gobierno de coalición es la capacidad para generar autonomía dentro de las limitaciones de la política institucional y Sumar no lo está logrando. Las iniciativas del partido siempre van a rebufo de la acción política del socio mayoritario y cuando se integran las propias medidas tras los movimientos del adversario la sensación que se transmite es de subalternidad.

Es tiempo de darnos la discusión política sobre el espacio que se llevaba posponiendo por la urgencia del momento. Hay que asumir una realidad, cuando tu único discurso político como formación se basa en lo que puedes hacer como gobierno acabas dejando de ser posibilidad transformadora. El votante de izquierdas sabe que lo institucional, siendo minoría, nunca será emancipatorio y acaba por desconectarse al sentir una distancia emocional con sus propios valores y la forma en la que gobiernan aquellos a los que ha dado su apoyo. El tiempo en el que la izquierda puede permanecer en un gobierno sin perder contacto con su masa social es limitado porque las contradicciones que tiene que asumir generan una disonancia con su cultura política que hace imposible mantener el apoyo a un ejecutivo que normaliza el envío de armas a Israel, la traición al pueblo saharaui, la defensa de los rentistas y el aumento de la presencia española en la OTAN sin acabar por desligarse y buscar posiciones más firmes fuera del gobierno.

Sumar está pretendiendo aguantar con la coyuntura electoral que propició que lograra un muy buen resultado viendo las difíciles circunstancias en las que se produjeron las elecciones. Se paró al monstruo, pero se ha perdido el tiempo entrando en una dinámica de autolesión inconcebible y difícil de prever en la que el papel de Sumar no ha sido el único responsable, pero es el que ahora nos ocupa al poseer el mayor espacio de representación pública. Los electores prestaron el voto a Sumar en un momento en el que la propuesta alternativa de un gobierno de PP y VOX hizo que muchos ciudadanos alteraran sus prioridades ideológicas por una urgencia democrática. Pero los préstamos suelen ir acompañados de exigencias a riesgo de convertirse en moroso. El miedo que facilitó la conformación de un gobierno progresista más débil apoyado en Sumar no estaba fundado en la construcción ideológica de un proyecto cogido con pinzas en el que no estaba claro ni el rumbo, ni el programa, ni la ideología, ni el discurso. Por no conocer no sabemos ni la cultura colectiva ideológica e histórica a la que se vinculaba. No sabemos, porque no lo dejan claro, qué quiere ser Sumar y es tremendamente difícil desencriptar si quiere ser un partido que beba de la nueva rama de los verdes o tejiendo el hilo rojo de los poscomunistas históricos.

El discurso público puede ser un objeto secundario cuando tienes una agenda legislativa ambiciosa que hable por sí misma, pero se convierte en vital para la pervivencia cuando ya han pasado nueve meses desde las elecciones y la única actividad conocida para los ciudadanos es la aprobación de una ley de amnistía que tiene poca defensa desde los valores en contra del privilegio que defiende la izquierda. Sumar ha optado por la transversalidad del discurso en un intento por ampliar la base electoral sumida en el eterno debate de la izquierda poscomunista de cómo afrontar los intentos por lograr mejores resultados con medidas de nicho o transformadoras. Es una apuesta política. No sé si es la mejor forma de lograr ampliar la base pero siempre me ha costado sentirme representado en unas formas tan dulcificadas cuando lo que tienes en la base estructural del pensamiento es la lucha de clases. No son mis formas. No me representan y el aprendizaje histórico hacen difícil defender que es una buena idea. Comprendo la intención y la teoría sobre la que se sustenta, pero le falla el equilibrio y el peso que la contundencia y la seducción amable tienen en el devenir cotidiano de la formación.

Sumar basa su mensaje en buscar el favor de una generación más joven, urbana y apegada a un lenguaje de redes sociales pero ni siquiera consigue ser el partido más elegido en esas capas etarias que se ha duplicado hacia posiciones de extrema derecha entre los hombres jóvenes y sigue dando su apoyo al PSOE de forma mayoritaria entre las mujeres. El perfil laborista, que era la fuerza más evidente del capital político de la ministra de Trabajo se está diluyendo de manera incomprensible con una estrategia de transversalidad incompatible con la negociación consustancial al conflicto laboral y de clases. La fuerza de la imagen de la ministra, micrófono en mano, junto a los trabajadores de Iveco en Huelga mandando un mensaje a Antonio Garamendi es un capital que no todos pueden permitirse y es el que tienen que explotar.

La figura de Yolanda Díaz conformó su imagen y prestigio en el Congreso de los Diputados con sus respuestas duras, firmes y contundentes y como negociadora en lo laboral para sacar derechos a la patronal. Es lo que ha logrado tejer una imagen lo suficientemente poderosa como para lograr el liderazgo del espacio, pero existe la impresión de que cada vez gana más espacio una imagen edulcorada basada en las sonrisas y el trato amable que es contraproducente porque es contraria al tiempo que vivimos y al mayor valor que la hizo ganar presencia y apoyos. No hubiera sido la líder del espacio con este nuevo rol adoptado. Mano de hierro en guante de seda puede ser una buena estrategia si lo que trasciende es precisamente eso, pero el equilibrio se está perdiendo y cada vez son más residuales los momentos en los que aparece la fortaleza que toda la izquierda alabó y que logró apoyos transversales entre el electorado del PSOE. La izquierda suele cometer el error de perder moderando el discurso lo que logró con formas más radicales. Le pasó a Podemos cuando renunció a sus medidas más transformadoras tras aparecer en las encuestas como primera fuerza y le ha pasado a Yolanda Díaz después de lograr fraguarse una imagen de mujer firme y contundente.

No han ayudado para mostrar una realidad al discurso de buenas formas las propuestas y medidas que afianzan la sensación de pertenencia a una intelectualidad burguesa como la que Ernest Urtasun lanzó en ARCO para reducir y equiparar el IVA de las galerías españoles a las europeas para que las compras no salgan de España. La petición de la reducción del IVA es una petición histórica del consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo que recoge a galeristas destinados a compradores de alto poder adquisitivo que incluye a especuladores y blanqueadores. Existen muchas medidas que se pueden tomar para defender y proteger a los creadores de arte, al sector cultural y a los trabajadores que no pasan por ahorrarle impuestos a coleccionistas de arte. Un ministerio, como el de Cultura, que por no cambiar, no ha cambiado ni la titularidad del Instituto Cervantes en manos de Luis García Montero, que forma parte de la intelectualidad orgánica del PSOE, los mandarines que diría Gregorio Morán, renunciando a abrir los círculos de influencia culturales y refrescar con posiciones más afines a los intereses de la izquierda transformada. Es incomprensible y frustrante ver cómo teniendo las herramientas para influir se renuncia a ejercer por los complejos de una izquierda timorata con más ganas de ser acogida en esos círculos que de transformarlos.

La relación con el PSOE es desconcertante y causa desasosiego. En la encuesta de 40db para El País hay un dato que me parece demoledor y revelador. En el voto según la autopercepción ideológica el PSOE tiene mayor presencia que Sumar en aquellos que se consideran de extrema izquierda duplicando y triplicando su apoyo. Si la intención de Sumar es competir con el PSOE en ser el partido de la izquierda moderada el PSOE te superará hasta en la extrema izquierda y tu futuro es desaparecer. Yolanda Díaz y Sumar tienen que diferenciarse del PSOE de manera radical por muy bien que les caiga Pedro Sánchez porque la inocencia los va a destruir. Pedro Sánchez es un aniquilador que va a hacer lo posible para acabar con Sumar y quedarse con el botín de los tres millones de votos. No lograrán todos, pero sí pueden capitalizar muchos de ellos. No es normal que el perfil más duro de toda la izquierda sea el de Óscar Puente. No va a haber piedad con Yolanda Díaz por parte de Moncloa que cuando atisba la más mínima debilidad en sus socios de coalición activa toda la maquinaria para destruirlos. El PSOE lo hizo con Podemos y ahora lo hará con Sumar incluyendo a Podemos en la ecuación para desgastarlos como se ha visto en TVE con llamadas desde Moncloa para lograr el favor de los consejeros de Iglesias a cambio de presencia televisiva hasta las europeas. Los que fueron enemigos pueden ser amigos por intereses y no va a haber misericordia con Sumar, deberían saberlo porque en Sumar no la tuvieron con Podemos. La pregunta que Sumar tendría que hacerse para saber si está construyendo un proyecto viable para el electorado de izquierdas es si en la coyuntura contemporánea, en un tiempo de época de repliegue reaccionario, sus votantes optarían por renovarle el apoyo en vez de darle el voto a un Pedro Sánchez al que la propia Yolanda Díaz califica como un político de raza que se crece en la adversidad. ¿Creen en Sumar que tienen un proyecto claramente diferenciado con este PSOE? No lo parece, y en política importa la percepción más que la realidad.

Sumar lleva un año intentando construir un proyecto de forma atribulada pensando solo en los apoyos mediáticos, el corto plazo, los momentos electorales, el mercado de demanda del debate público y sin conseguir desplegarse en el territorio, crear estructura ni conformar una base ideológica sólida. El proyecto se está dejando llevar por la melancolía de lo que hubiera podido ser si no hubiera implosionado internamente en una lucha fratricida con Podemos que le impide mirar al futuro con el realismo de la coyuntura. No queda tiempo para la izquierda y sus organizaciones, ayer era el momento, y ya está llegando tarde y como siempre solo queda salvar el golpe. No soy optimista con el futuro y lo veremos en junio. Las elecciones europeas van a crear una correlación de fuerzas en la que la extrema derecha será la clave de bóveda de los conservadores para consolidar la regresión de derechos y la izquierda ha fracasado en la obligación de haber construido un proyecto fuerte en un momento de responsabilidad histórica. En un tiempo en el que el fascismo puede lograr la llave de gobierno el único objetivo de los partidos poscomunistas es ser penúltimo entre iguales. Mi pesimismo solo compite vitalmente con mis fases de nihilismo, el fracaso de la izquierda es absoluto y solo queda certificarlo en junio.