Al salir del parking en Plaza España pregunté a varios ciudadanos, que descansaban en la única parte amigable del nuevo espacio comercial en el que han convertido la plaza, si sabían lo que iba a ocurrir en el Senado a tan solo unos metros de distancia. Los que sabían que el Senado estaba cerca, que les aseguro que no fueron muchos, no sabían de qué les estaba hablando. Así que pueden imaginar lo que respondieron los que no sabían que estaban a unos solos metros de la Cámara Alta. Mi breve paseo sociológico hasta acreditarme no era más que una necesaria adscripción a mi prejuicio sobre la falta de interés general que suelen tener estos debates. Actos que importan demasiado a periodistas y que se usan para justificar con un espectáculo político-performativo las líneas editoriales que sí marcarán el devenir del voto sin importar lo que de verdad marquen los hechos en el debate. No hay medio que varíe la previsión de lo que le interesa decir por lo que ocurra en la discusión entre Feijóo y Sánchez. Las líneas editoriales marcan los hechos, y no a la inversa. Se cuenta lo que se desea que haya ocurrido en vez de lo que ha ocurrido.

Era mi primera vez en el Senado. No había ido nunca. Muchos de los compañeros a los que preguntaba también se estrenaban y se respiraba un añejo olor a bipartidismo. No hace falta más que pisar esa moqueta para darse cuenta de que es mejor convertirla en museo porque de facto ya lo es, de políticos venidos a menos y de cargos con carga, al erario público. Lo que siempre ha sido el bipartidismo. El Senado no es más que un espacio de colocación de cuadros y aplaudidores. Aunque es cierto que es una profesión de futuro prominente, ser parte de una clá. La adhesión inquebrantable es lo que se pide y se quiere cada vez más, lideres, militantes y ciudadanos que solo quieren ver, leer y escuchar a quienes le regalen los oídos y le digan lo bueno, guapo y listo que son y lo bien que lo hacen todo. Es una profesión de futuro. España se está convirtiendo en un gran Senado donde medrar si aplaudes con la suficiente fuerza. Una dinámica de formas y modos del bipartidismo que contagió hasta a quienes atomizaron el espectro público. El debate en el Senado fue una vuelta a las dinámicas del bipartidismo, algo que añoran PP y PSOE, pero que el resto de partidos han hecho posible.

No es necesario que les cuente quién ganó, porque eso estará mediado por su adscripción ideológica y aquí no hay un marcador objetivo que enseñe los goles. Si ustedes vieron el debate entero ya tendrán su opinión y no hay nada que yo les escriba que les cambie su percepción, y si están esperando algo que les confirme el prejuicio tendrán crónicas laudatorias que les alimente el sesgo. Pero lo que yo vi, lo que escuché, fue un anodino debate entre dos políticos que no estuvieron a la altura de un tiempo grave que está afectando de manera dramática a la gente que me importa. Que no es otra que la clase trabajadora, los más vulnerables, los que están sufriendo y más van a sufrir. Entiendan que no hay nada positivo para ellos que se pueda sacar de lo que ocurrió ayer.

Hay veces en que el ridículo de uno de los candidatos es tan escandaloso que pierde por incomparecencia. Le pasaba mucho a Pablo Casado. Pero eso no ocurrió ayer, un debate desigual, difícil de valorar cuando los tiempos pautados por la norma daban una tremenda ventaja a Pedro Sánchez hacen difícil una valoración que no sea un insulto a la inteligencia del lector. Y mire, ya nos insultamos demasiado para hacerles también un mensaje laudatorio de Pedro Sánchez o Alberto Nuñez Feijóo por el debate de ayer como verán en muchos otros medios. Que les insulten a ustedes otros. Esto no pasa de ser una crónica del desencanto por tener que escribir sobre un hecho insustancial teniendo la funesta sensación de estar caminando al borde del abismo.