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CADA VEZ HAY MÁS CASOS POSITIVOS EN PRUEBAS MÉDICAS

El problema del efecto placebo

Que el color, el nombre o la forma de un medicamento influye en los efectos de un medicamento es algo que los científicos llevan décadas investigando. El problema es que nada de eso tiene efectos reales en la salud del paciente.

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Un placebo es algo que carece de propiedades pero que, por diversas causas, parece influir en la percepción de bienestar de quien lo consume. Dicho de otra forma: dar a probar algo a alguien diciéndole que tiene supuestos efectos beneficiosos de los que carece. Entre esas causas de que un medicamento falso pueda funcionar en un determinado porcentaje de pacientes, la principal es la sugestión: el paciente cree que funciona y, de alguna forma, eso le provoca una sensación de mejoría que nada tiene que ver con los efectos científicos. El efecto placebo sería que dicho medicamento falso, en ocasiones, provoca respuestas positivas. Mejor dicho, hace que algunos pacientes crean que lo que han tomado les ha hecho mejorar.

Las prácticas pseudocientíficas, que suelen prometer grandes resultados aplicando remedios que no están avalados científicamente -como la homeopatía-, serían buenos ejemplos de placebo si no fuera porque en medio hay una enorme maquinaria de hacer dinero.

Los placebos no van de eso, de estafar a gente que gasta dinero en supuestos remedios a sus males, sino de conseguir comprobar la efectividad real de medicamentos en prueba. A lo largo del camino que supera un fármaco hasta que llega a comercializarse hay numerosos estadios, con pruebas intermedias y estudios.

Cuando salen del laboratorio y se comprueba que carecen de riesgos para la salud humana, uno de los primeros tests que se aplican es el de comparar, en grupos de estudio, los efectos del fármaco con los efectos de un fármaco falso e inocuo, un placebo. Se supone que un medicamento efectivo tendrá un ratio de éxito mucho mayor que el de un placebo, y si no es así costosísimas líneas de investigación y desarrollo se vienen abajo, con el ingente desembolso que eso supone para las farmacéuticas.

Los placebos son, por tanto, una especie de contramedida, una prueba para determinar si vale la pena o no continuar desarrollando un medicamento para su posterior comercialización. El problema es que los placebos no son una variable fija, sino que dependen de un montón de factores. De hecho, en un artículo de hace casi cinco años, ya se advertía de que el porcentaje de éxito de placebos en tests de laboratorio había aumentado espectacularmente en los últimos años, condenando a una enorme cantidad de medicamentos al archivo.

¿Invalida eso este tipo de pruebas? No, pero sí que ha hecho que se miren de una forma diferente. La mayoría de los placebos que se suministran a pacientes voluntarios en estas pruebas son azúcares sin mayores complicaciones, que suelen tener el mismo aspecto que los compuestos que realmente se quieren estudiar. El problema es que la percepción es importante: a los humanos nos influyen de diversa manera variables tan rocambolescas como el momento, el entorno, el nombre, el color o la forma del medicamento que tomamos.

Esto no viene de nuevas. Hay estudios recurrentes al respecto, como este publicado en 2011 en el International Journal of Biotechnology por investigadores liderados por R.K. Srivastava, en el que se comentan cuestiones como la influencia de la forma de aplicación de un tratamiento (pomada, píldora, inyección...) o las asociaciones de colores de los pacientes. A grandes rasgos, los colores rojos funcionarían mejor en estimulantes, los blancos en tratamientos gástricos, los azules en calmantes... Pero es que ya en 1996 se publicaban estudios similares, basados incluso en investigaciones anteriores a esa fecha.

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