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LA 'DEMOSTRACIÓN DE DIOS', UN CAPÍTULO MÁS DE UN ETERNO CULEBRÓN

Cómo hablar de religión en una web de ciencia y no morir en el intento

Ciencia y religión parecen como agua y aceite, aunque muchos científicos son creyentes y muchos creyentes han hecho mucho por la ciencia. A lo largo de la historia muchos han intentado acercar ambos mundos… no siempre con la aprobación de ninguno de ambos.

-Budistas tibetanos postrados ante el templo de Jokhang, en Lhasa. Foto: Marino Holgado

Budistas tibetanos postrados ante el templo de Jokhang, en LhasaMarino Holgado

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Con los datos en la mano, el ser humano parece abocado a creer en algo: la práctica totalidad de las civilizaciones conocidas han creído en algún tipo de ser superior como referente. Tipologías hay tantas casi como humanos: dioses buenos o malos, únicos o variados, bondadosos o terribles, poderosos o insignificantes… pero la función que han cumplido en nuestro proceso cultural ha sido más o menos común: servir de explicación para cosas que los humanos no podíamos conocer.

En esa idea al menos se basaba Nietzsche cuando hablaba de la “moral de débiles”, viniendo a afirmar que cuando los humanos eran incapaces de responder a sus inquietudes, cuando se sentían desamparados o perdidos, recurrían a algo supuestamente superior, invisible e indefinido, todopoderoso en muchos casos, que servía como explicación y límite para cualquier cosa. Todo lo que no entendiéramos o supiéramos, cualquier duda, acababa ahí: voluntad o acción divina. Punto.

Puede parecer así que religión y ciencia están condenadas a chocar. Si, tomando el argumento de Nietzsche, la religión sirve para dar una respuesta absoluta e incontestable a cualquier cosa que nos inquiete, la ciencia sirve justo para lo contrario: incidir en las dudas para intentar resolverlas.

A este conflicto acompañan muchas más cosas, como el lenguaje, por ejemplo. El creyente ‘cree’, es decir, no tiene certeza, confía, en que algo exista: tiene fe. El científico aspira a conocer, a saber, a través de un método razonado, comprobable, definible y reproducible, tendiendo a despejar dudas e inconcreciones.

También los ritos separan ambos caminos: las religiones, por lo tradicional, suelen incorporar elementos ‘mágicos’ e inexplicables: resurrecciones, poderes físicamente inexistentes, ideas de eternidad, infinitud y demás aspectos que todo científico, mientras no pueda comprobar, descartará por irreales.

Todo científico encontrará la forma lógica y racional de explicar gran parte de los ‘milagros’ esgrimidos a través de la creencia, y revisará os mitos para darles contexto y sentido.

Poniendo el ejemplo del catolocismo, sucede incluso con las parábolas más conocidas de la Biblia: mientras el mito narra la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, un antropólogo o historiador explicará que el simbolismo tiene que ver con el vaciado del agua de las tinajas, que guarda un profundo significado para los judíos, y su llenado de vino: la ‘moraleja’ sería entonces que se llenan de algo nuevo y mejor, como simbolismo de un nuevo culto nacido en el seno del judaísmo. Seguramente dicho antropólogo o historiador añadiría que, por la cultura de la religión y la época de esos acontecimientos, los escritos de aquel entonces tenían que ver mucho con cómo se transmitía el conocimiento entonces: narraciones, cuentos, metáforas para esconder significados complejos y hacerlos entendibles a personas sencillas.

¿Es entonces todo conflicto y negación entre ambos mundos?

No: algunos de los principales hallazgos científicos de nuestra historia, y gran parte del mérito de la transmisión cultural, ha tenido que ver con la acción de las religiones. Incluso ha habido personajes que han intentado nadar entre ambos mundos y han tenido que sufrir las descalificaciones de ambos, como Teilhard de Chardin a finales del siglo XIX.

Este jesuita de origen francés, entre otras visiones muy particulares sobre la ciencia y la religión, intentó conciliar una de las refriegas más duras de la época: ¿cómo era posible que la ciencia demostrara gracias a Darwin que el hombre venía del mono y no que fuera creado por Dios? De Chardin, incapaz de negar la irrefutabilidad de las pruebas científicas, propuso que se aceptara como buena la prueba, pero entendiendo que cada paso de esa evolución había sido ‘inspirado’ por Dios, sin el cuál el hombre no hubiera existido.

Vaya, que ni barro ni costillas, pero sí una especie de cooperación necesaria.

Lo malo de ambos mundos, científico y religioso, es que se caracterizan por unas normas muy concretas e inflexibles. La ciencia se basa en leyes de física, matemáticas, cálculo, química y otras disciplinas que ofrecen ideas consideradas irrefutables hasta que algo lo contradiga. La religión combate la falta de esas leyes objetivas con otras propias: dogmas y axiomas que tienen que aceptarse porque sí, porque suponen la base del razonamiento religioso, como que la virgen fuera virgen o que Jesús resucitara.

De vez en cuando aparecen otros ‘Chardines’. Los últimos fueron Christoph Benzmüller y Bruno Woltzenlogel, que se han visto en mitad de la polémica tras asegurarse que habían conseguido demostrar la existencia de Dios usando un ordenador. En realidad lo que hicieron fue respaldar un argumento lógico enunciado en su día por Kurt Gödell, que planteaba la existencia de ‘resquicios’ en toda argumentación racional. Esa idea, la de la ‘incompletitud’ teorética, puede acoger la posibilidad de que determinadas cosas sean razonables, aunque no puedan ser razonadas.

¿Entonces no es que demostraran a Dios? No, más bien lo que hicieron fue confirmar una teoría básica para entender la lógica computacional y, más importante aún, empleando un sistema sencillo que puede funcionar en un ordenador como el que tienes delante tuyo.

Así que, con la ciencia en la mano, lo de demostrar a Dios lo dejamos de momento en manos de los ‘profesionales’ y al gusto de cada cual, que variedad no falta: desde las grandes religiones monoteístas a las pequeñas y llamativas prácticas que proliferan por todo el mundo, la mayoría con muchas cosas en común: llenar los huecos que la razón, de momento, no alcanza, y ofrecer esperanzas ante la inevitable brevedad de lo que conocemos.

Pero por tomarlo menos a la tremenda, y sin intención de herir sensibilidades, por si alguien busca nuevos horizontes en el catálogo de cultos minoritarios hay desde brujerías a órdenes secretas, pasando por cultos de ficción y quienes creen en dictadores intergalácticos. Hasta quien ha hecho de la burla a todo lo anterior una religión en sí misma. Pasen y lean.

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