12 de mayo de 2010. El presidente del Gobierno sube a la tribuna del Congreso. Lo que va a anunciar cambiará la historia de la economía española.  "No es fácil para el Gobierno aprobar las nuevas medidas que les voy a anunciar”, decía Zapatero. Porque ese día el presidente Zapatero, presionado por Europa, abandona la política de estímulo. Empieza la era de los recortes.

Para reducir el gasto, el Gobierno baja el sueldo de los funcionarios, congela las pensiones, elimina el cheque bebé, reduce el gasto farmacéutico y recorta en dependencia.


"Tomaré las decisiones que España necesita aunque sean difíciles. Voy a seguir ese camino cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste", aseguró José Luis Rodríguez Zapatero. Lo que le costó fue una mayoría absoluta del Partido Popular.

La celebración para el PP de su llegada al Gobierno dura poco, porque el nuevo presidente trae bajo el brazo la versión 2.0 de los recortes. Él los llama austeridad. Detrás de esta palabra se esconde e la principal obsesión del Gobierno de Mariano Rajoy: reducir el déficit público.

Estas dos palabras técnicas, déficit público, significan algo muy simple: que el Estado gasta más de lo que ingresa. Para reducirlo sólo hay dos opciones: ingresar más, es decir, más impuestos, o gastar menos, igual a recortar. El presidente Rajoy hace las dos cosas.

Dicho y hecho. El presidente sube el IRPF, el IBI, congela el salario mínimo, amplia la jornada laboral de los funcionarios. Poco después abarata el despido, aprueba una amnistía fiscal, recorta en sanidad y educación, implanta el repago de medicamentos, obliga a los inmigrantes en situación irregular a pagar por ir al médico.

Además, suben las matrículas de la universidad, aumentan los alumnos por aula, sube el IVA, reducen la prestación por desempleo, eliminan la deducción por vivienda y recortan en dependencia, otra vez.