Siete días después, el maquinista declara que recibió la llamada del interventor momentos antes del descarrilamiento. La tardanza en esta confesión podría deberse, según Rubén Amón, periodista de El Mundo, a su intención de encubrir a un colega o simplemente la confusión que genera la tragedia, la cual con el tiempo el maquinista va asimilando explicando entonces con más coherencia.
Esta llamada no supone la infracción de ninguna norma, el maquinista siguió los protocolos que marcan la legalidad, los cuales se basan en garantizar la seguridad del tren. Sin embargo, estas normativas, tal y como señala Paco Reyero, periodista de La Razón; parecen no ser suficientes, pues no evitaron el accidente. “Lo que pasa es que es obvio que la norma falla”.
Por lo que, dentro de la magnitud de la tragedia, se pueden vislumbrar algunos elementos positivos. José María Crespo, director del diario Público, apunta que “la información está fluyendo. Parece que las diligencias y actuaciones judiciales de la investigación tienen un buen ritmo”, lo cual es beneficioso para las víctimas, y además, evita que se dé lugar a las especulaciones.
En este caso, “el factor humano ha sido decisivo, ahora hay que aprender para evitarlo”, asegura Crespo. Por ello, como afirma Rubén Amón, es necesario revisar las medidas de seguridad, mejorar los protocolos y la señalización de las vías.
Un ejemplo que habría que someter a revisión es el hecho de que el tren frene automáticamente cuando su velocidad es de 200 kilómetros a la hora pero no lo haga a 190, por lo que aquí el trabajo del maquinista es decisivo, aunque este sea un profesional, se presupone una ayuda tecnológica que debería estar presente para evitar posibles despistes.