Lampedusa 2013, después de que más 300 personas pierdan la vida en el mar, nace un nuevo proyecto. "Fue una matanza, vimos tantos muertos y tantos ataudes blancos... en ese momento nació el proyecto Bambini in Alto Mare", cuenta Dinna Camitini.
El objetivo, que familias italianas le abran sus puertas a menores procedentes de naufragios. Es el caso de los Vinci que tras adoptar a un pequeño, acogieron en su casa a Pa, que viajaba en un barco en el que fallecieron 100 personas. "Nos lo tomamos con calma, no forzamos al chico a decir lo que ha visto porque han sido cosas muy traumatizantes", cuenta Caterina Vinci.
Que se suelte ha costado muchas lágrimas y más cosas. "La comprensión no es fácil, sobre todo en el terreno religioso. Nosotros somos cristianos y él musulmán", afirma Antonino Vinci.
Pero ahí no se acaba el choque cultural, con las posesivas madres italianas. "La madre africana tiende a darle autonomía desde pequeñitos, a los dos años más o menos", cuenta Dinna Camitini. "Las madres italianas somos muy pegajosas, siempre estamos encima de nuestros niños", corrobora Caterina Vinci.
A pesar de las dificultades premios son infinitos. "Me hace sentir una madre especial, cuando me dice que me quiere me hace olvidar todos los sacrificios que hacemos porque no somos una familia rica", dice Caterina.
Tampoco lo es Fortunata, viuda que a sus cuatro hijos sumó a Mamadou. "Desde que cruzó la puerta para mí no hay diferencia... blanco, negro; para mí es mi hijo", cuenta Fortunata Cannavo. Y eso que para tenerlo en casa tuvo que luchar contra la maquinaria burocrática italiana. "Ir, volver, ir, volver, telefonoear, documentos, burocracias, hasta 360 cartas", revela.
Ahora Mamadou es uno más en casa pero todavía no en la calle: "Hace que no entiende, pero él se siente discriminado, que hay racismo, lo siente". Un racismo que no consigue que palidezca la iniciativa heróica de estas familias italianas.