Con sus antorchas, y rodeando un árbol de Navidad, muchos esperaban un villancico. Pero lo que han cantado estos noruegos han sido sus críticas al Nobel de la Paz para la Unión Europea. Han rimado crisis, desempleo, y también armas, ya que un tercio de las que hay en el mundo salen de Europa.

Una dosis de autocrítica que no ha estado dentro, ahogada entre el protocolo de los jefes de Estado y de Gobierno de los 27, que sabían muy bien que no habría notas discordantes en ninguno de los discursos de las tres cabezas visibles de la unión, y eso que el presidente del comité de los premios ha hablado de crisis y dificultades económicas. Pero ni la más mínisin ma mención a lo que ocurre en Grecia, España, o al resto de abismo en el que vive el sur de Europa.

De puntillas también han pasado por su otro gran fracaso: una política exterior común que no arranca, como han demostrado los casos de Siria y de Palestina. Una Europa tan cuestionada, que seis de sus dirigentes no han asistido a la ceremonia, entre ellos el primer ministro británico, David Cameron. Quizás en Bruselas deberían haberlo visto venir. Les han dado su premio en Noruega, un país que ha rechazado dos veces y por referéndum ser parte del selecto club comunitario.