Insistentes rumores de crisis rondan al matrimonio Trump y Melania podría pasar a la historia como la única primera dama estadounidense en no llegar a residir en la Casa Blanca.

Estos días se ha publicado que, cuando coinciden, no comparten cama, que no que no quiere "mucha junta" con él y que "no oculta su disgusto a sus allegados".

Disgusto patente algunas de las pocas veces que se les ha visto juntos desde la toma de posesión.

Algo que los portavoces de ambos han negado enfáticamente, pero que, más allá de los tabloides, está añadiendo presión política sobre el presidente. Los republicanos más conservadores creen que alguien con un matrimonio roto no merece el cargo, mientras los liberales que le votaron critican duramente ahora esta hipocresía.

Otra más, como la de vender los fines de semana del presidente en sus 'resorts' como "retiros de trabajo" cuando se dedica a jugar al golf. Lo mismo que él censuró de sus predecesores.

También se critica el doble gasto que supone que, hasta nueva orden, Melania siga viviendo en su "jaula dorada" neoyorquina, a más de 300 kilómetros de su marido.

Y casi completamente ausente de la agenda presidencial, suplantada por su hija en las grandes citas. Una Ivanka que, ya con despacho oficial en la Casa Blanca, sigue ganando peso político: hasta Merkel la ha invitado al foro de mujeres del G20.