Un matrimonio lleva a su hija de siete meses al médico en EEUU cuando unos agentes de inmigración les paran y les piden que se bajen del coche. "¿Puede enseñarme la orden de arresto?", preguntan. "No necesitamos ninguna orden", contesta uno de los agentes.

Empiezan golpeando insistentemente el cristal y acaban rompiéndolo violentamente y de un codazo para sacar y detener al padre, por la fuerza y delante de sus dos hijos y su mujer.

Detener a un padre y su hijo es también lo que pretendían en Nashville, pero sus vecinos formaron una cadena para que pudieran salir de forma segura de su vehículo y llegar al interior de su casa. "Ya están a salvo", dice una de las presentes, cuya solidaridad acaba de salvarles de la deportación.

Son casos extremos de la cruel política migratoria del presidente Donald Trump. Sin embargo, con todo están lejos están de formar parte de lo que él se había apresurado en calificar como una "exitosa" campaña de redadas. Y es que, aunque prometió cazar a unos 2.000 migrantes, las cifras oficiales cuentan 35 arrestados.

Pero el drama no cesa. Desesperada, todavía en territorio mexicano, una joven pide que la dejen cruzar con su hijo. "Por favor, no dejen que me lleven de regreso", pide a los agentes, entre sollozos. Prefiere arriesgarse a ser deportada que no tener nunca a su alcance esa posibilidad siquiera.