En McCormick Place, el gran centro de convenciones donde los demócratas van a celebrar su noche electoral, van llegando las unidades móviles de los medios de comunicación del mundo que van a seguir la noche electoral del martes.

Michelle Obama ha recordado que se cumplen cuatro años del día de la victoria de Barak Obama, y cuatro años después, aquellos que votaron al partido demócrata se mueven entre la decepción y el enfado porque Obama no ha cumplido todo lo que prometió en las anteriores elecciones.

Lo justifican con que el bloqueo del Congreso con mayoría republicana no le ha dejado hacer todo lo que quería. La última encuesta decía que el 34% de los estadounidenses considera que está peor que hace cuatro años.

El apoyo a Obama es incondicional en su barrio natal, pero por si acaso en su iglesia rezaban por su victoria dentro de dos días. En Chicago la campaña de Obama se cuela hasta en el plato. Hace dos años que no va a uno de los restaurantes al que solía acudir la familia del presidente, pero su último desayuno fue sonado: huevos fritos, bacon y tortitas.

Sus preferencias son también un reclamo para la clientela. La casa de los Obama está blindada. Cerca de allí, la iglesia donde solían acudir a misa es, dos días antes de las elecciones, el cuartel general de las oraciones por el presidente.

En la barbería donde siempre se ha cortado el pelo lo tienen claro: las elecciones del martes las ganará Obama. Chicago y todo el estado de Illinois son bastiones de Obama, pero el presidente sabe que para ganar tiene que hablar otro idioma porque el voto de los 24 millones de latinos registrados será clave para llegar a la Casa Blanca.