Edmund les dijo a sus padres "me voy a Alemania porque en Alepo sólo me espera la muerte". Su padre vendió el coche, pero no era suficiente para empezar el viaje, así que con 15 años y solo se fue a trabajar a Turquía, dónde ganó 4.000 euros.

Cruzó en una barca, muerto de miedo en la oscuridad, para llegar a Grecia. Allí se entregó a las autoridades, pasó por varios campos y continuó hasta llegar a la 'boca del infierno': Hungría. "El paso por Hungría fue lo más difícil, la Policía y los militares pegaban a los refugiados", asegura el joven.

Allí se derrumbó, tiró todas sus pertenencias, menos un bolso que guarda ahora como un tesoro y que todavía conserva las puntadas que una mujer le hizo durante el viaje para que aguantara.

En Hungría pagó a un traficante para subir a la parte trasera de un camión que le llevaría junto a otras 40 personas desde la frontera húngara hasta Alemania. "La respiración era difícil, no se veía nada, estuvimos durante siete largas horas. Fue muy duro", explica Edmund.

En Múnich se hizo la luz, ya sólo le quedaban 150 euros, tenía el móvil roto y 27 días después por fin pudo hablar con sus padres. En Alemania, donde ha empezado su nueva vida, existen dos opciones: vivir con una familia de acogida o en un piso de alquiler que sustenta y paga el estado.

Edmund, que vive en un piso con cuatro refugiados sirios menores más, estudia alemán y quiere ser médico. De Alepo sólo quiere traerse a sus padres.