La psicóloga de la residencia de mi madre le pide que apague la televisión cada vez que entra en su habitación. Mi madre está en una situación emocional muy inestable desde hace mucho, suele tener episodios de depresión y está a la espera de una operación de cadera que, evidentemente, no va a llegar en breve, mientras soporta muchos dolores. Hace ya 18 días que está confinada por los positivos que hubo donde vive y sus únicas ventanas al mundo somos el personal de allí, los familiares que hablamos con ella y la televisión. De los tres, su psicóloga, que la cuida y la quiere mucho, solo le recomienda que se abstenga de la última.

Hoy, mientras grababa un programa para la radio, me he sorprendido dejando de escuchar a mis compañeros porque acababan de salir los últimos datos de contagiados desde Italia. Rápidamente, estando en emisión, me he ido a compararlos con los de los últimos días (guardo pantallazos) y he inferido que bajan los contagios las últimas cuatro jornadas, los muertos desde ayer y que había muy pocos nuevos inquilinos de la UVI. Mientras mis compañeros de la radio sostenían el programa, he revisado qué día entró Italia en cuarentena total y cuándo lo hicimos nosotros y he sacado una regla de tres (desde el más absoluto desconocimiento, porque tiendo a pensar que dos más dos son cuatro en esta pandemia cuando no sé ni de lo que hablo, por mucho que lea) por la que quiero creer que en cinco días aquí llegará alguna buena noticia.

'Me he convertido en un psicópata en busca de un dato que me calme'

Busco desesperado en Twitter las cuentas de periodistas, matemáticos o científicos que leen en positivo los datos que tenemos. He oído como si fuera la mejor música a Fernando Simón decir que nos acercamos al pico de contagios. Capturo cada nueva buena nueva con esperanza y, si fuera de papel, la recortaría y la pondría en el corcho del despacho. Me he convertido en un yonqui de la ilusión, en un psicópata en busca de un dato que me calme, aunque sea mentira. De ser una persona que fiscaliza la información que recibe y que mira y remira para darla por válida, he pasado a ser alguien que quiere que le mientan para sentirse un poco mejor.

Mi madre no puede hacer eso. No tiene acceso a nada que no sea, a lo sumo, la tele y la radio. Y no escucha nada de radio, así que solo tiene tele. De la mañana a la noche. Si las noticias le llegan con una música de tensión, se pondrá nerviosa. Si el grafismo es alarmista, temblará. Si el tono es catastrófico, llorará. Si le cuelan un testimonio de parte como una verdad total, lo creerá y se indignará.

Yo no necesito más noticias ni mi madre necesita más tele informativa. Solo que yo puedo cribar las que me sirven y ella no. Así que ella tiene que apagar la tele, porque no le hace bien. Me temo que le está pasando a mucha gente mayor, la que tiene más miedo de todo esto. Así que en estos días más que nunca creo que los que facturamos entretenimiento en televisión tenemos una labor fundamental. Y, por primera vez en mi vida, me siento verdaderamente orgulloso de lo que hago. Orgullo titiritero, supongo.