Cuando todavía hacía chistes sobre el confinamiento, recuerdo que pensé: "Bueno, si a Julian Assange no hubo cojones de echarle de la Embajada de Ecuador en Londres en seis años, supongo que tan mal no se estará". Seis años estuvieron intentando echar de allí al creador y alma de Wikileaks con indirectas, como Gila. Siempre me imaginaba a la gente trabajando en la embajada, de traje, y Assange levantándose a las 11 en calzoncillos y albornoz y diciendo: "Hey, gente. ¿Qué tal? ¿Alguien va a por churros, que por lo que sea no puedo salir?".

La situación de Assange, como tantas cosas, acabó dejando de ser para hacer chistes. Acabó en prisión y, según su defensa, tiene graves problemas respiratorios que aconsejan que salga de prisión. Aunque en Gran Bretaña han soltado a un número bastante importante de presos con condenas leves para intentar evitar un brote de coronavirus en las prisiones, la juez no ha considerado que Assange deba salir, no sé si porque cree que sus problemas respiratorios no son tan graves o porque no cree que su condena sea leve.

Quizá la incertidumbre de no saber qué será de nosotros o de no imaginar qué mundo tendremos cuando todo esto pase haga que no sea el mejor momento para concebir chiquillos

El caso es que Assange está jodido. Su vida tiene tantos claroscuros que uno no sabe qué opinar de él, al margen de analizar sus pros y sus contras. Pero ya esta semana ha dejado una noticia que yo de verdad ya no sé ni cómo analizar: Julian Assange resulta que tiene dos chiquillos de uno y dos años con la abogada Stella Morris, concebidos, por tanto, en su confinamiento en la Embajada de Ecuador en Londres. Dice El País: "El hacker más famoso de la historia supo burlar a sus anfitriones ecuatorianos y a los servicios de inteligencia británico y estadounidense y fue padre hasta en dos ocasiones desde su situación de confinamiento". No quiero ni imaginar cómo burlaban Assange y Morris la vigilancia de los policías con frases tipo: “¿Me dejáis que me reúna con mi abogada?”, guiñito al espía, codazo el empleado de la embajada. En fin.

El caso es que me ha dado por pensar en los niños que nacerán de este confinamiento. Que los habrá, y muchos. En Nueva Jersey, 40 semanas después del paso del Huracán Sandy, los nacimientos aumentaron una media del 25%. En España, los goles de Iniesta en 2010 también marcaron dos picos: con el Barça en Stamford Bridge en febrero y con España en la final del Mundial de Sudáfrica en julio. Tanto el aburrimiento como la euforia da para hacer chiquillos.

Así que en unos años habrá una serie de niños a los que se les explicará que fueron concebidos porque sus padres estaban encerrados. Serán menos que en el Huracán Sandy, porque en aquella ocasión la gente se quedó sin luz y no existía Netflix, y también habrá pocos casos comparados con los goles de Iniesta, porque la alegría es mucho mejor catalizador que la angustia para estas cosas. Pero si Julian Assange, rodeado de espías de los servicios de seguridad más potentes del mundo, ha podido concebir dos con problemas respiratorios, España puede repoblarse.

O quizá no. Quizá la incertidumbre de no saber qué será de nosotros económicamente o de no imaginar siquiera qué mundo tendremos ahí afuera cuando todo esto pase haga que no sea el mejor momento para concebir chiquillos. Lo que está claro es que habrá que explicarles que fueron creados en medio de la confusión y, posiblemente, que el mundo era muy distinto cuando ellos eran solo una idea. Quizá, con suerte, puedan contarles que viven en un mundo mejor, aunque más triste.