En una ventana de mi casa cuelgan dos bolsas de plástico de esas de meter en el congelador con dos algodones de los que salen dos brotes. En la encimera de la cocina, un bote con una masa blanca deja un olor horrible cuando lo abres: es masa madre y se ve que de allí saldrá pan. La producción pictórica de M, mi hijo mayor, no para de crecer, ensaya violín y crea con los legos. H, que tiene tres años, participó anoche en enterrarme en almohadas y cojines en la cama porque un gran tubo de una nave espacial nos absorbía si no nos cubríamos.

Aquí todo el mundo es capaz de crear menos yo.

Sabía que iba a ser difícil trabajar en casa con los niños, porque es algo previsible y lógico, pero no me podía imaginar el bloqueo que me está empezando a producir esta situación llegara al punto de que me está saturando el trabajo. La verdad es que, quitando la retirada de 'Zapeando', sigo teniendo más o menos el mismo, pero claro, la persona que lo hacía antes se podía ir a tomar un café al bar después de dejar a los niños en el colegio y no leía religiosamente cada mañana la web redaccionmedica.com, en la que, por cierto, he aprendido que un estudio norteamericano dice que cada persona ha contagiado coronavirus a otras cinco (el doble de lo que se estimaba originalmente) o que otro estudio alemán señala que los infectados dejan de contagiar a los 10 días.

Ahora soy el tipo de persona que cuando vio que un tigre había dado positivo en el zoo del Bronx empezó a imaginarse un Holocausto Excalibur en el que el gobierno nos iba a impeler a sacrificar a nuestras mascotas, y empecé a mirarle a los ojillos a mi gata Alberta con mucha pena. De momento, dicen que los animales no contagian a los humanos, así que todo en calma. Pero bueno, eso es por ahora. Abro Redacción Médica cada mañana esperando encontrarme otra noticia en la que nos digan que los animales también nos contagian y que todo es peor.

A ver, no es que yo haya sido el Señor de las Desgracias pero sí que he pasado por lo mío. Sin embargo, siempre trabajar me ha servido para desestresar. No soy un cómico, pero sí que intento canalizar todo lo que me pasa o mi visión de la vida a través del humor. De esa manera, cuando me pongo delante del ordenador, se abre el micro o se enciende la cámara, como que conseguía salir de mi realidad un rato. Era curativo. El problema es que esta realidad, el aluvión de noticias dolorosas, la necesidad de leer muchísimo para hacerte una idea real y no intoxicada de lo que pasa, la preocupación por mi familia, el dolor por los muertos, el confinamiento, cuidar de mis hijos, mantener mi salud mental lo más recta posible... Esta situación es todo. No hay nada a lo que escaparse. Es como que vivo en un callejón sin salida. Todos vivimos en él. Y es imposible escaparse de él físicamente. El problema, y estoy preocupado realmente por ello, es que tampoco encuentro una escapatoria mental. Y es horrible.