Hace unos días, un titular volvió a circular por redes sociales y medios digitales como si fuera la primera vez: "El queso provoca pesadillas". Así, sin anestesia. Como si estuviéramos ante un alimento maldito sacado de una película de terror nutricional. Y claro, en un país donde el queso es casi religión, el revuelo estaba servido.
Pero, ¿de dónde sale esta historia? Porque uno lee eso de "el queso te hará soñar cosas horribles" y parece que estamos hablando de una maldición egipcia más que de un trozo de manchego. Pues bien, esta afirmación tiene su origen en un estudio británico del año 2005 llevado a cabo por la British Cheese Board (sí, existe, y no, no hacen solo catas). Su intención era precisamente lo contrario: desmentir la creencia popular de que el queso causaba sueños extraños o pesadillas.
En el experimento, participaron alrededor de 200 personas que consumieron distintas variedades de queso durante una semana antes de dormir. Luego, contaban lo que habían soñado. Y aquí viene la parte interesante: el estudio no encontró pruebas de que el queso causara pesadillas, pero sí sugirió que algunos tipos podían inducir sueños más "vívidos". Por ejemplo, quienes comieron cheddar contaban más sueños con celebridades, mientras que los que tomaron stilton, un queso azul, hablaban de sueños especialmente extraños o creativos.
¿Y qué pasó? Pues que el mensaje "el queso no causa pesadillas" se transformó, en manos de la prensa y las redes, en el mucho más llamativo: "El queso provoca sueños raros". Y de ahí al "el queso da pesadillas" solo hay un titular de distancia.
Aquí es donde conviene pararnos un momento. ¿Qué nivel de evidencia tiene ese estudio? Pues más bien anecdótico. Un ensayo pequeño, sin grupo control, basado en autorregistros subjetivos y financiado por una entidad interesada (la industria quesera). No cumple ni de lejos los requisitos para establecer una relación causal seria entre el consumo de queso y los contenidos de los sueños. Pero claro, lo anecdótico vende. Y mucho más si se acompaña de una tabla de quesos y una cara de susto.
Además, los sueños son un fenómeno complejo y multifactorial. Pueden verse influidos por el estrés, la ansiedad, la temperatura de la habitación, lo que hemos visto en televisión, lo que hemos vivido durante el día… incluso por si nos acostamos con el estómago muy lleno o vacío. Culpar al queso de lo que soñamos es como echarle la culpa a la almohada por levantarnos de mal humor. Pero esta idea de que ciertos alimentos pueden alterar los sueños tiene un atractivo popular que cuesta mucho desmontar.
¿Significa esto que podemos comer queso por la noche sin miedo? En principio, sí. El queso contiene proteínas, calcio, vitamina B12 y triptófano, un aminoácido que favorece la producción de serotonina y melatonina, dos sustancias relacionadas con la regulación del sueño. Eso sí, hay matices. Un exceso de queso por la noche, especialmente si es graso o muy curado, puede hacer que la digestión sea más lenta, y eso sí podría alterar el sueño… pero no porque el queso tenga poderes oníricos, sino porque nos hemos pasado de cantidad o de intensidad.
Además, algunas personas con intolerancia a la lactosa o sensibilidad a ciertos compuestos del queso (como la tiramina en quesos curados) pueden notar efectos distintos al comerlo. Pero de ahí a decir que provoca pesadillas hay un buen trecho.
Esta historia, además de curiosa, nos deja una lección importante sobre cómo se comunican los estudios científicos. Vivimos en un entorno donde los titulares mandan, donde todo se simplifica hasta el absurdo, y donde muchos medios reproducen noticias sin leer los estudios originales. Un estudio pequeño, financiado por la industria, puede convertirse en una verdad absoluta si encaja bien con una narrativa popular o con un prejuicio. Por eso es tan importante el pensamiento crítico, la lectura cuidadosa y, por supuesto, la labor de divulgación.
La próxima vez que leas "este alimento provoca pesadillas" o "esta fruta cura el cáncer", párate un segundo. Pregunta: ¿qué evidencia hay detrás? ¿Es un ensayo clínico riguroso o una encuesta con 20 personas? ¿Quién lo ha financiado? ¿Qué conflicto de interés puede haber? Y, sobre todo, ¿me lo está contando un nutricionista o un influencer con gorro de chef y tres millones de seguidores?
En resumen: el problema no es el queso, sino cómo contamos las historias. Cuando convertimos una curiosidad científica en un titular sensacionalista, lo que estamos haciendo no es divulgar, sino confundir. El queso, como casi todo en la vida, no es ni héroe ni villano. Es solo comida. Y la comida, cuando se entiende bien, no da miedo. Ni pesadillas.