La sociedad espectacular a la que pertenecemos tuvo en Guy Debord a su mayor crítico. Como tal, Debord dejó escrito un retrato ácido acerca del ser humano y de su relación con la mercancía. Lo tituló La sociedad del espectáculo (Pre-Textos) y fue publicado en 1967, convirtiéndose muy pronto en el texto fundacional de lo que vendría poco después, cuando bajo los adoquines de las calles esperaba la playa.

En 221 tesis, Debord va desmenuzando el engranaje de nuestras cadenas. En la tesis 4, Debord dice que el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación entre las personas mediatizada por las imágenes. Y durante el pasado mes de agosto hemos tenido imágenes suficientes como para mediatizar nuestras relaciones, quiero decir que no se ha hablado de otra cosa que de dos pobres diablos, culpables de sus impulsos, no olvidemos, pero dos pobres diablos que han servido de mercancía a la sociedad del espectáculo. El primero ha sido Daniel Sancho, el otro ha sido Luis Rubiales.

Ambos dos han servido para el mismo objetivo, es decir, que no se hable de la crisis económica en la que estamos inmersos, que no se hable de la inflación, ni de lo lejano que queda el derecho a la vivienda, asuntos que deberían ser motivo suficiente como para abrir los noticiarios. Pero las armas de distracción masiva -se llamen Daniel Sancho o Luis Rubiales- son las que mantienen entretenida a la masa y todo el día con el dedo en el cacharrito. Con esto no quiero decir que Luis Rubiales no sea un tipo grosero, lo que quiero decir es que Rubiales es un tipo que trabaja al servicio de la sociedad del espectáculo, algo tan poco original como su persona.

Al igual que Rubiales, machistas son los que el otro día, en su vergonzosa rueda de prensa, aplaudieron las explicaciones arrastradas por él hacia el abismo. Fueron traídas con el deje prostibulario que se gasta el nota: "¿Un piquito, nena?" La besé porque era mía y en ese plan, los mismos que aplaudieron a Rubiales se dedicaron después a darle la espalda como se hace con las mercancías caducadas. "Porque cada nueva mentira es asimismo un desengaño con respecto a la mentira anterior" viene a decirnos Debord en una de sus tesis.

Si Daniel Sancho y sus cuchillos encendieron el principio de agosto, Luis Rubiales ha venido a avivar las llamas donde se forjan las armas de distracción masiva. Es lo que hay. Mientras tanto, apenas se habla del periodista Pablo González, detenido el 28 de febrero de 2022 cerca de la frontera ucraniana; apenas se dedican imágenes del caso. Pablo González no cumple con los requisitos suficientes como para ser catalogado como mercancía. No da el perfil. No interesa.

Esto no excluye que el machismo sea una categoría transversal con mucho arraigo en nuestro imaginario donde la copla y la telenovela identifican el patriarcado con los valores sociales positivos. De ahí que el atributo mercantil del machismo sea moneda de uso común en el día a día. Lo que vengo a señalar con esto es que la sociedad del espectáculo desecha a toda persona que sea dueña de su propia historia, la hace invisible; de lo contrario, peligraría el monopolio de las apariencias.

Daniel Sancho y Luis Rubiales no han querido ser desechados en ese sentido, sino en el peor. Los dos han jugado el juego del espectáculo, el uno con el crimen, el otro con el beso al estilo de un troglodita. La sociedad espectacular ha consumido a ambos. Mientras tanto, aquí seguimos pagando hasta por respirar.