La campaña electoral de Madrid ha puesto sobre la mesa un viejo debate: cómo hay que tratar políticamente a la extrema derecha. Un asunto no resuelto que quizá llegue tarde. Porque Vox ya ocupa 52 escaños en el Parlamento, otros tantos en las Asambleas autonómicas y lleva meses dinamitando los discursos políticos de todo el arco parlamentario pero, sobre todo, de la derecha.

El PSOE habla, otra vez, de hacer un cordón sanitario a Vox. Ya lo hizo al principio de esta legislatura, en noviembre de 2019. Se habló mucho entonces de impedir que la extrema derecha ocupara asientos en la Mesa del Congreso a pesar de ser la tercera fuerza más votada. Finalmente no se hizo nada porque, entre otras cosas, el PP no quiso unirse a ese veto y los socialistas tampoco quisieron arriesgar sus sillones si los populares no entraban al juego.

De nuevo vuelve a hablarse del cordón a la extrema derecha. Ahora se hace como estrategia de los socialistas para dañar a Isabel Díaz Ayuso. Quieren poner de manifiesto que si ella gobierna en Madrid será gracias a los votos de los de Rocío Monasterio y Santiago Abascal.

En el Partido Popular no quieren ni oír hablar de dejar de contar con Vox para llegar al poder. Y eso a pesar de que Pablo Casado, hace apenas siete meses en el debate de la moción de censura de Vox contra Sánchez, rompió toda relación política con Abascal y los suyos acusándoles de populistas. "¡Es la hora de poner las cartas boca arriba, hasta aquí hemos llegado!", sentenció. En la dirección del PP mantienen la vigencia de aquella anunciada ruptura y creen que no es incompatible con que Ayuso se valga de los votos de Vox para mantenerse en la Puerta del Sol. La política está tan llena de contradicciones a todas horas que una más no parece preocupar en Génova. Los políticos hablan y actúan como si nunca jamás fueran a recibir un castigo de sus electores, como si las memorias de todos fueran muy cortas. Lo importante es sumar poder y territorios.

En el Congreso de los Diputados no hay una posición unánime sobre cómo tratar a Vox. Lo más llamativo que hemos vivido han sido algunas votaciones en las que la formación de extrema derecha se ha quedado sola con su voto en contra o momentos en los que han tenido que escuchar cómo todos los grupos de la cámara les reprochan sus planteamientos en materias de Igualdad o Inmigración.

Joan Baldoví, portavoz de Compromís, ha reclamado en las últimas horas al resto de grupos que no entren en las provocaciones de Vox cuando se debaten sus iniciativas en los plenos o comisiones. Considera que no se debe hablar de ellos ni con ellos porque solo buscan "que caigamos en sus cebos". Baldoví cree que se necesita un pensamiento conjunto de valentía para no "comprar su marco de debate porque solo ganan ellos y pierde la democracia".

Pero la mayoría de los partidos están en una posición distinta. Creen que lo mejor es confrontar. Gabriel Rufián, portavoz de ERC, tiene claro que "ya ha pasado aquel tiempo en el que algunos partidos de izquierdas creían que si no se hablaba de ellos, no existirían". Rufián es tajante: "ahora con la fuerza que tienen, hay que confrontar, no sirve pasar de ellos". El líder independentista catalán defiende que hay que armarse de firmeza, valentía, e incluso ironía, para ridiculizarlos. Rufián cree que "al fascismo lo que más le molesta es una sonrisa" y afirma que les "quieren enfadados".

Rufián sí comparte algo con Baldoví. Ambos coinciden en que los grupos de izquierda tienen que hacer de partidos de izquierda, hablar de sus propuestas, de las iniciativas que comparten, avanzar en derechos sociales y no dejarse arrastrar ni distraerse por la ideología de la extrema derecha.

Para Íñigo Errejón la clave está en no relegarles al rincón de una fuerza antisistema. El líder de Más País cree que los miembros de Vox están deseando ser víctimas y no se les puede conceder su deseo. Errejón apunta a que Sánchez tiene una cierta responsabilidad en el ascenso de Vox por repetir las elecciones en noviembre de 2019 y permitir que llegaran hasta los 52 diputados cuando el clima político ya estaba lo suficientemente enrarecido.

El partido de Arrimadas no duda en afirmar que la idea del cordón sanitario del que habla el PSOE es una pantomima. El diputado naranja, Guillermo Díaz, dice que está harto de ver cómo los socialistas u otros grupos aceptan enmiendas de Vox y recuerda que el decreto de los fondos europeos fue aprobado gracias al voto a favor de los 52 diputados de la extrema derecha. Díaz considera que "es un teatro de consecuencias graves porque juegan con gran aspaviento, enervando a la ciudadanía". Al mismo tiempo, lo que sí critica Guillermo Díaz es que Isabel Díaz Ayuso pueda incluir en el Gobierno a miembros de Vox. Lo de compartir ejecutivo le parecen palabras mayores porque cree que "eso sí condiciona de verdad las ideas de un partido como el PP, dejándose arrastrar por una ideología contraria al Estado de Derecho que puede dañar la democracia".

Hay algo en lo que coinciden todos los partidos: que es el PP quien, pactando con Vox, da oxígeno a la extrema derecha. Consideran los partidos de izquierdas que un cordón sanitario solo tiene sentido si Pablo Casado lo acepta y lo practica. Apelan a su responsabilidad y le exigen una posición como la de los partidos de la derecha europea, quienes levantan un muro prohibiendo que cualquier acuerdo haga avanzar a los planteamientos de ultraderecha.

Pero eso no es posible aquí, porque el Partido Popular lucha por recuperar su espacio en la derecha. En Génova tienen un objetivo prioritario: gobernar en todas las instituciones posibles para volver a hacerse fuertes y salir de la oposición. Aunque eso suponga acercarse a Vox más de lo que les gustaría. Aunque eso suponga dar alas a la extrema derecha y a sus discursos de odio.