Imaginen la siguiente escena. Una pareja quiere comprar una casa. Acude al banco a pedir la hipoteca. Esperan turno, impacientes, y cuando les toca se sientan ante el empleado de la sucursal. Amablemente les pregunta qué desean. Al unísono, como si fueran una sola voz, contestan: "comprar una casa".

Después vienen más preguntas: ¿cómo quieren la casa? ¿cuántos metros? ¿plaza de garaje? ¿precio? ¿cuota de la hipoteca? Y aquí llegan los problemas. No contestan lo mismo a casi ninguna de las cuestiones. Se dan cuenta enseguida de que se han plantado en el banco sin haber negociado antes, en su intimidad del seno conyugal, lo que ambos desean. Son traicionados por una extraña mezcla de ilusión y bisoñez. No imaginaban que hubiera tantas cosas sobre las que pensar. Caen en la cuenta de que es mejor no mostrar debilidad ante quien tendrá que ayudarles a cumplir su sueño. Prefieren no discutir ante un desconocido y optan por marcharse. Le dan las gracias al gestor y vuelven a casa con un solo propósito: arreglar las desavenencias y volver al banco cuando tengas las cosas claras y pelear con fuerza por su nuevo hogar.

Salvando las distancias, esta situación, para que lo entiendan, puede parecerse al matrimonio político que PSOE y Unidas Podemos viven con su Gobierno de coalición.

Ambos quieren gobernar. Pero nunca antes lo habían hecho juntos. Son novatos. Pero están ilusionados. Y no están dispuestos a que nada ni nadie lo estropee. No quieren lavar los trapos sucios en público y para eso necesiten aprender a negociar en privado. Para que cuando se sienten frente al enemigo que quiere sacarle los ojos, puedan mostrarse como una fiera imbatible.

En el Congreso se registran decenas de iniciativas a la semana en pleno y comisión. Sobre todos los temas que puedan imaginar. Iniciativas de todos los grupos parlamentarios. De todas las ideologías y sensibilidades. Todas esas iniciativas se debaten. Los grupos deben fijar su posición y defenderla. Antes, PSOE y Unidas Podemos, por separado, decidían qué decir y cómo decirlo en cada debate parlamentario. Pero eso se acabó. Todo lo que ambos digan y defiendan en público debe ser consensuado y pactado. Este mecanismo no está engrasado aún y está generando algunas disfunciones y muchos retrasos. No se está actuando lo rápido que les gustaría. Las nuevas posiciones son consultadas a los líderes de cada partido para que den su aprobación, y este paso genera retrasos en la toma de decisiones y algunos errores.

Además, está la pelea de quién se lleva el gato al agua con algunas banderas políticas que ambos comparten. Por ejemplo, el PSOE presentó la ley de eutanasia en solitario. Sin contar con Unidas Podemos. Y eso no sentó bien en la formación morada. Esperaban poder ir de la mano en cuestiones tan importantes para ambas formaciones.

Los miembros del Gobierno de coalición se esfuerzan en decir que todo va como la seda e impera la unión. Pero no es oro todo lo que reluce por mucho que se empeñen en repetirlo. Se lleva viendo en las últimas semanas en la actividad parlamentaria y en los últimos días con la política de inmigración o con los plazos para la ley de libertad sexual. Disparidad de opiniones que van solucionando, como pueden, sobre la marcha. Conatos de incendio. Desaires en público. Rectificaciones después. Y agua para que no haya rescoldos.

Nada que no pudiéramos imaginar teniendo en cuenta que nunca antes ninguno de los dos partidos había estado casado con otro partido político a este nivel de compromiso. Ni ellos ni ningún partido en la historia democrática reciente. Está todo por inventar. Solo hay una cosa clara, que los dos socios quieren gobernar y quiere que dure. Y no es cosa menor.