Acaba el verano, comienza para muchos el año real, no el que empieza con la pereza y la resaca que deja el 31 de diciembre y la perspectiva de una semana más a medio gas, de fiestas navideñas que no echan el cierre hasta bien entrado enero. Y el verano, ese fin de año real, ha dejado unos cuantos sucesos que vuelven a dejar claro que para algunos, los días donde las grandes ciudades se vacían son un día más en su oficina. La oficina de la calle, la oficina del coche patrulla.

Hablo de lo que a mí me gusta definir como la primera línea de la Policía, los agentes que pasan los días en un coche zeta, allí donde se forja el prestigio del cuerpo, lejos de salones, de ruedas de prensa y de altos cargos.

La dotación de un coche patrulla fue la que reconoció y detuvo al asesino de la doctora Cardeñoso, la última víctima de la violencia machista en Madrid. Una llamada alertó de su presencia en la calle y dos agentes de la Brigada de Seguridad Ciudadana le reconocieron y le detuvieron. Acababa así una huida que había llevado al Grupo de Homicidios a recorrer todos los albergues de Madrid y hasta una ciudad castellana, donde pensaban que había escapado. Los agentes del Zeta hicieron su trabajo: le arrestaron y le condujeron hasta la Brigada. Un detenido, un palote más, aunque sea un asesino. Una comparecencia en el Grupo de Homicidios y a seguir patrullando.

Apenas unos días después, una patrulla del GOR (Grupo Operativo de Respuesta) de la comisaría de Centro, un distrito con más personal y mucho más trabajo que algunas jefaturas y que muchas comisarías provinciales, salvaba la vida a una mujer que estaba a punto de suicidarse arrojándose desde el viaducto de Segovia, el que fuera destino estrella para los suicidas marfileños hasta que en los años 90 se reforzó la protección. Pese a ello, la mujer estaba a punto de saltar, cuando los agentes la agarraron prácticamente al vuelo, poniendo en peligro sus vidas. No hubo negociadores, no hubo palabras, ya no había tiempo, tan solo la firme decisión de que había que hacer lo correcto y salvar una vida. Y así lo hicieron.

Su jefe, un comisario que ha pasado toda su vida en la Comisaría General de Policía Judicial, en la élite de la investigación, me decía, orgulloso de los suyos: "estoy descubriendo otra Policía".

Esa Policía es la que ve la mujer que llama al 091, harta de los golpes o los gritos de su pareja; la madre que ve como su hijo se está ahogando y requiere la ayuda de la Policía; el ciudadano que acaba de sufrir un robo y para un coche patrulla... Por eso, los zetas, los agentes de Seguridad Ciudadana son esa primera línea, el escaparate que todos ustedes ven de un cuerpo que durante demasiado tiempo ha dejado en la trastienda a uno de los productos más lujosos que tiene: hombres y mujeres muy jóvenes que a veces se ven obligados a tomar decisiones críticas en cuestión de segundos y, encima, han de soportar que desde la comodidad de sus casas o desde sus redacciones, algunos imbéciles juzguen con ligereza su trabajo en las redes sociales o en los medios.

El pasado mes de julio, una de esas agentes de seguridad ciudadana estuvo a punto de morir acuchillada por un delincuente en su primer día de uniforme. Su profesionalidad y la del compañero que disparó al agresor le salvaron la vida. Pocas veces he visto a tantos estúpidos juzgando un trabajo del que no tienen ni la menor idea. Cuando vean por la calle a uno de esos zetas, pónganse sus botas si quieren juzgar su camino. Y no lo duden: ellos se jugarán el pellejo hasta por el más tonto de los que cuestionan su trabajo.