La Escuela Nacional de Policía, con sede en Ávila, es un ejemplo de formación para todos los cuerpos y fuerzas de seguridad europeos. Durante dos años, los alumnos son adiestrados por un claustro excepcional para lidiar con lo que se encuentren en la calle, una vez que juran y se convierten en policías nacionales. Aunque, a tenor de lo visto últimamente en nuestras ciudades, habrá que actualizar el temario. La última astracanada, que se ha extendido como un reguero de pólvora gracias a las redes sociales, ha sido la de un grupo de negacionistas de las mascarillas que, ante una intervención policial, reclamaban que el reprendido por los agentes había pedido un habeas corpus –realmente dice "áreas corpus"–, como quien en la niñez esgrimía un infalible "¡casa!" jugando al escondite. En la escena, que se hizo viral en muy poco tiempo, no falta el notario que, teléfono en mano, anima a su compadre a que explique todo –"que lo subo a Internet"– y el enterado que dice que un habeas corpus "sería como que lo avalan los derechos humanos, la quinta enmienda". Ahí es nada, invocando una de las enmiendas de la Carta Magna de los Estados Unidos, que data de finales del siglo XVIII.

La amalgama mental que lucen los protagonistas del vídeo ha sido motivo de risas y de mofa durante días, especialmente entre los agentes que están acostumbrados a patear la calle y a encontrarse con toda clase de especímenes. Y unos cuantos de ellos han recordado aquel contundente argumento de los delincuentes gitanos a los que sorprendían en un robo in fraganti y pedían un corpus christi camino de la comisaría o, más recientemente, un ave scorpio.

Un habeas corpus es el derecho que los detenidos tienen a ser presentados de inmediato ante la autoridad judicial, que determinará si el arresto es legal. La figura se emplea con cuentagotas en nuestros tribunales y son muy pocos los casos en los que acaba con la puesta en libertad del reo, habida cuenta de que en nuestro país, afortunadamente, las detenciones ilegales se han extinguido.

Las risas provocadas por los antimascarillas dejan un poso de amargura y de reflexión, especialmente en los tiempos que corren, en los que la responsabilidad individual será uno de los factores determinantes para vencer al virus y no las declaraciones altisonantes de políticos o su facilidad para endosar sus culpas a otros. Las fuerzas de seguridad del Estado están, precisamente, para reprender a aquellos que adolecen de esa responsabilidad, convertida ahora en mandamiento legal. Una ciudadanía madura tiene claro qué se puede y qué no se puede hacer. Y una ciudadanía madura, más allá de sus conocimientos jurídicos, respeta las decisiones de quienes, con su uniforme, tienen la legitimidad y la exclusividad del uso de la fuerza para hacer cumplir las leyes. La paciencia no está entre el temario de la Escuela Nacional de Policía, la llevan en el cargo los agentes que trabajan en la calle, pero a este paso habrá que incluirla en el programa académico.