Iba a ser un trasunto de una película navideña con final feliz. Un 'Qué bello es vivir' a la española protagonizado por Agustín González, un enfermo mental que llevaba dos años desaparecido y que fue localizado hace meses vagando por las calles de Lima (Perú). La aparición del caso en los medios de comunicación y el incansable trabajo de SOS Desaparecidos hicieron posible que el consulado español en Lima se hiciese cargo, finalmente, de Agustín, que ingresó en un hospital psiquiátrico e iba a ser trasladado desde Perú a Málaga el 23 de diciembre, la víspera de Nochebuena. Todo un cuento de navidad.

SOS Desaparecidos pidió en reiteradas ocasiones al cónsul general en Lima, Jorge Sánchez Rodríguez, que se adoptasen las medidas necesarias para garantizar el traslado de Agustín, un esquizofrénico que ha pasado casi dos años vagando por las calles de Lima, alguien tan vulnerable como un niño de corta edad. Varios correos electrónicos –todos ellos sin respuesta– insistieron en este punto. Así las cosas, Agustín embarcó en el aeropuerto peruano acompañado de dos policías nacionales, que estaban en Perú para escoltar a un extraditado que finalmente no viajó. Los dos agentes garantizaron la seguridad del enfermo en el vuelo hasta Madrid, pero nadie comunicó a la Policía que el destino final de Agustín era Málaga. El hombre se bajó del avión, se despidió de los agentes y emprendió camino hacia nadie sabe dónde.

Los hermanos y los padres de Agustín, los responsables de SOS Desaparecidos, una representante de la asociación de enfermos mentales de Andalucía y la Guardia Civil comprobaron en Málaga que Agustín no se había subido al avión que le tenía que llevar hasta su casa e iniciaron una nueva búsqueda. El cuento de navidad se convirtió en una pesadilla. Asuntos Exteriores y el cónsul general en Lima son los responsables de este despropósito.

SOS Desaparecidos ha pedido explicaciones al cónsul y cinco días después, el silencio sigue siendo la única respuesta. Mientras, se ha activado de nuevo la búsqueda de Agustín. Tras dos años vagando por las calles de Lima sin medicación alguna, ahora debe de estar recorriendo las calles de Madrid ensimismado en el mundo en el que le encierra su esquizofrenia y con una mochila en la que lleva fármacos para un mes, pero sin nadie que se los administre. Su doble maldición –enfermo mental y desaparecido– importa a muy pocos y a quien no parece importarle nada es a nuestros representantes diplomáticos, dedicados a buen seguro a empresas de mayor calado.

Los enfermos mentales siguen siendo el colectivo más olvidado de nuestro país: lo son en las cárceles, lo han sido durante la pandemia y lo son siempre, desde hace décadas. Al fin y al cabo, pocos de ellos votan y las asociaciones que los representan no han descubierto aún los resortes para hacerse lo suficientemente visibles e importantes como para que la Administración, tan solícita con otros colectivos, los atienda. Agustín es sólo un loco perdido en una gran ciudad. Como tantos otros.