Un drogadicto fuera de sí con una ruina encima -acababa de matar a un vecino-, un viejo rifle de grueso calibre y, sobre todo, la fatalidad, formaron la tormenta perfecta que le costó la vida al teniente coronel Pedro Alfonso Casado, el hombre que lideraba la UEI (Unidad Especial de Intervención), la unidad más exigente de la Guardia Civil. Un comisario de Policía dedicado a labores similares a las del teniente coronel resumió perfectamente el suceso: “Ha muerto en el lugar más honorable para un soldado: en el campo de batalla.”
Escribía aquí mismo la semana pasada que la bala disparada por el delincuente en Santovenia acabó en el cráneo del oficial porque él estaba allí, porque él formaba parte de esa estirpe de hombres y mujeres valientes que habitan territorios donde hay balas, cuchillos, explosivos, machetes… Esos territorios a los que la mayor parte de la ciudadanía no se asoma, pero que están ahí, poblados por los titulares del margen de maldad con el que toda sociedad está obligada a convivir. Y allí, en esos rincones oscuros se adentra la UEI, el GEO, la UPR, la UIP, la dotación de una patrulla de seguridad ciudadana… Es decir, todos aquellos que han convertido la vocación de servicio en el centro de sus vidas y que en algunos casos la han llevado hasta sus últimas consecuencias. Así lo hizo el teniente coronel Casado y así lo hicieron tantos otros antes y, desgraciadamente, lo seguirán haciendo. Va en la condición de policía y de guardia civil.
Pedro Alfonso Casado, Perico, ha recibido los máximos honores por parte de las autoridades del Ministerio del Interior. Su familia, además, ha dado un ejemplo de generosidad infinita donando varios órganos de su cuerpo, que el teniente coronel cuidaba como exige la unidad a la que pertenecía. Desgraciadamente, sobre el cadáver del teniente coronel también se han vertido insidias, mentiras y basura en forma de supuesta noticia. Ha habido algún periodista que, aparentando solvencia, ha contado que Perico murió por plantarse sin casco delante de la puerta del atrincherado para darle metadona. Y lo ha dicho sin ruborizarse y hasta alardeando de fuentes.
La bala de grueso calibre -un 308- que mató al teniente coronel fue disparada por el delincuente a ciegas, desde el interior de la vivienda, sin ni siquiera asomarse a las ventanas o a la puerta. Tan a ciegas, que el proyectil atravesó dos paredes antes de acabar alojada en el cráneo del guardia civil, que por supuesto llevaba su casco calado. Fue una fatalidad, ni siquiera había empezado la negociación, ni el equipo táctico estaba posicionado. Hacer pasar la muerte del oficial por una negligencia o una imprudencia es una canallada.
Ojalá en el periodismo hubiese la mitad de amor propio, honestidad y entrega al trabajo bien hecho que hay en la Guardia Civil o en la Policía Nacional.