Voy en el tren, destrozada después de unos días de no parar. "Qué mala suerte, otra vez me ha tocado el asiento que va a contramarcha". Me siento y miro a mi alrededor. Justo a mi lado una chica, no sé qué edad tendrá, lleva unas pestañas que me pesan solo de verlas. Lleva uñas de gel larguísimas, una melena rubia muy cuidada y un outfit combinado hasta el mínimo detalle.
Pienso en el tiempo que le supone ese autocuidado. Reviso mi pensamiento "no quiero juzgarla ni mucho menos", no tengo claro qué emociones me produce: envidia, admiración, sorpresa… Dejo de pensar en ella y me pongo a revisar la bandeja de emails a punto de explotar.
Hace tiempo que decidí hacerme uniformes. Es gracioso porque hay días que me confunden con la dependienta de zara o con la azafata del tren. A mí me da la risa. Mis camisetas con prendas cómodas, trajes de colores, faldas originales, pero versátiles, que repito una y otra vez. No solo por economizar, sino sobre todo por comodidad, por no tener una carga mental más.
Me gusta sentirme bien, verme guapa, claro que sí, pero no quiero dedicar tanto tiempo al "qué me pongo", que tantos años me ha agobiado e incluso me ha hecho no salir segura o cancelar un plan. Fue una de las cosas que más me cansó de los eventos de postureo a los que me invitaban y a veces iba. Verme en showrooms, ponerme faja, etiquetar al diseñador/a de turno y estar más pendiente del qué dirán que de mi intervención o charla me generaba una ansiedad que no os podéis imaginar.
Contesto tres emails, pensando aún en la chica de al lado aunque no quiera, pero estoy tan cansada que dejo de trabajar y entro en Instagram casi sin pensar para conseguir mi dosis de dopamina y quedarme hipnotizada en el scroll infinito. Entro a leer mensajes y entre los cientos pendientes, una Malamadre me envía un anucio de publicidad que dice: "Sé la mamá que luce más joven en el cole de tu hijo. Gracias a Eternal Beaty.
Pienso entonces en mis pintas y digo: "no serás tú la envidia Laura, tranquila". Me quedo muerta en vida, lo releo y es que no tiene desperdicio. No solo como publicista sino como madre, este anuncio me parece denunciable. ¿Cómo se puede hacer publicidad con este tipo de mensajes?
La seguidora que me lo manda da en el clavo diciéndome: "mensaje vergonzoso. Poniéndolo más difícil entre nosotras mismas". Y en mi interior la rabia de que el sistema consiga su propósito: hacernos sentir insuficientes y lo que es peor competir entre nosotras. Ya lo estamos haciendo y no somos ni conscientes. Yo mismo caigo en ello, pese a revisarme cada día. Nos miramos, nos remiramos, nos cuestionamos "¿qué edad tendrá?", "¿se habrá hecho algún retoque", "no puede estar así de divina"...
Podríamos profundizar sobre los mandatos de la belleza impuesta, sobre el interés de que se investigue más cómo no envejecer que curar enfermedades, podríamos reflexionar si es un autocuidado impuesto, podríamos debatir sobre el mito de la libre elección cuando nos gastamos nuestro dinero y perdemos nuestro tiempo en la tiranía de estas prácticas, muchas veces violentas y perjudiciales para nuestro propio cuerpo, pero aquí lo que está en juego es algo más importante: nuestra salud mental.
Mientras os escribo me miro al espejo y me siento orgullosa de que este mechón de pelo blanco asome por encima de mi oreja izquierda. Y me cabrea tener que sentirme valiente, orgullosa, rebelde por intentar no sucumbir a la presión estética de teñirme y seguir con mi propósito de dejarme las canas, plantarle cara al botox y disfrutar de cumplir años sin batallar contra una vejez, que bienvenida sea.
Y no soy ejemplo de nada, me depilo, a veces me hago la manicura, me echo antiojeras y siempre siempre quiero adelgazar porque soy una madre millenial que ha ido aceptando muchas cosas, interiorizándolas tan adentro que necesitaría mil vidas para liberarme de todo.
¿En qué momento hemos permitido que envejecer sea algo negativo, incluso reprochable? Va a llegar el día que parecer la edad que tenemos será lo raro. Y lo habremos permitido nosotras, ante la atenta mirada de ellos.



