Aunque la inflamación es parte de nuestra respuesta inmunológica y en casos como las infecciones tiene un papel muy importante para combatir las amenazas a nuestro cuerpo, cuando esta inflamación se mantiene en el tiempo y se convierte en crónica, puede causar el efecto contrario: ser perjudicial para nuestro organismo.

Desde hace algún tiempo se está investigando el papel de esta inflamación persistente de bajo grado (la que no presenta síntomas aparentemente) en algunas enfermedades como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, la artritis, la depresión o el alzhéimer. Parece que este estado corporal tendría un papel tanto precipitante como mantenedor de estas patologías. De ahí la importancia que está tomando el control de esta inflamación crónica a través de varias estrategias, entre ellas, la alimentación.

Parece contradictorio que algo tan esencial para vivir como es comer pueda también desencadenar inflamación en nuestro cuerpo. No todos los alimentos. Pero sí se ha visto que muchos de los que consumimos casi diariamente pueden ser responsables de este estado, como son los hidratos de carbono refinados (pan blanco o bollería), los fritos, refrescos con gas y azúcar, las carnes rojas y procesadas, o algunos tipos de grasa como las hidrogenadas y refinadas.

Estas comidas no solo aumentan el riesgo de obesidad, sino que también sabíamos que desembocan en mayor riesgo de enfermedades asociadas a la dieta. Lo que no sabíamos hasta hace relativamente poco tiempo es cómo las causaban. Y la inflamación parece que está siendo la respuesta.

De ahí la importancia de identificar en nuestra alimentación también alimentos que tengan el efecto contrario: el poder antiinflamatorio. De manera que, no solo tengamos que reducir el consumo de los primeros, sino potenciar el consumo de estos alimentos que mantienen a raya la inflamación.

La fibra de los alimentos de origen vegetal, especialmente la que contienen los cereales integrales, legumbres, semillas y los frutos secos, tendrían un papel de control de la inflamación muy reseñable. Junto a esta, los polifenoles, a pesar de no ser un nutriente como tal, son una sustancia bioactiva con un papel también muy importante para contrarrestar la inflamación.

Ya sabemos que todas las grasas no son perjudiciales para la salud. En especial, el omega-3, que podemos encontrar en el pescado azul y algunos frutos secos como las nueces, posee numerosos estudios que avalan su potencial antiinflamatorio. También el magnesio de las verduras de hoja verde, el cacao puro, las almendras o el arroz integral.

Este tema no hace más que aumentar la consistencia de la recomendación de que una dieta con más vegetales es la más adecuada para nuestra salud. El papel tan importante que le hemos dado a la carne y a los productos refinados desde hace décadas, lejos de ser un avance, ha sido un retroceso en nuestra alimentación. Parece que el problema no es sólo la cantidad, sino también la calidad de lo que comemos.