La respuesta no debe ser cosmética. Llevamos años viendo cómo la preocupación es guardar las apariencias, mientras van acumulándose las informaciones sobre la presunta corrupción que anidó en la jefatura del Estado. Hablamos de las constantes noticias sobre un rey de España que ocultó decenas de millones de euros en el extranjero, sin pasar por la Hacienda española, utilizando testaferros, paraísos fiscales y moviendo el dinero negro burlando nuestras propias leyes. No puede ser una institución simbólica aquel que ha vulnerado así nuestras normas de convivencia.

Juan Carlos I de Borbón es el rey emérito de España, mientras seguimos conociendo por la prensa, años después, a cuentagotas, sus méritos para cobrar cuantiosas sumas de dinero de los países del Golfo, que terminaban ocultas al fisco español y moviéndose con una arquitectura financiera que pasaba por redes tan poco meritorias como la fundación panameña, la cuenta suiza, las transferencias a las Bahamas o los supuestos testaferros que le traían al monarca fajos de billetes escondidos desde Ginebra hasta la Zarzuela, pasando por Barajas. ¿Este debe ser nuestro emérito? ¿Esta es la marca España?

Hay una estrategia frente a estos casos de corrupción que es pensar que el tiempo todo lo cura. Que la gente va olvidando. Esto es no tener en cuenta que la acumulación de informaciones sobre estos chanchullos va minando la credibilidad de nuestras instituciones y, por supuesto, su prestigio. Difícilmente el pueblo apoyará masivamente a la institución monárquica, ya de por sí de una naturaleza sucesoria anclada en otros tiempos, si la ejemplaridad no es constante y contundente. Los trapos sucios no pueden ocultarse, como Juan Carlos de Borbón ocultaba los billetes utilizando a terceras personas.

Verán que, al mismo tiempo que van conociéndose algunos detalles de esta presunta corrupción en la monarquía, se muestran ante nuestros ojos abogados defensores y voceros variopintos que tratan de correr un tupido velo o se ponen de perfil. El miedo, el interés de no quedar mal o, directamente, la intención de hacer la pelota y sacar tajada aprovechando la oportunidad, han hecho y siguen haciendo mucho daño a algo que debiera ser muy sencillo: hay que exigir transparencia, responsabilidades judiciales y políticas, sea quien sea, en una democracia avanzada en la que, hasta los propios monarcas, nos han dicho tantas veces que la justicia es igual para todos.

Frente a la exigencia de responsabilidades, se ha instalado otra falsa justificación: no se pretende hacer justicia con la presunta corrupción monárquica, sino tumbar la monarquía. Lo dicen aquellos que ignoran que quienes más daño le hacen a la institución, cada día que pasa, son quienes ocultaron el presunto fraude y no dan explicaciones. Yerran quienes no dan la cara y quienes tratan de salvársela sin entrar al fondo del asunto. A fin de cuentas, no hablamos de cambiar el decorado, sino de levantar las alfombras de presuntas actividades delictivas y los privilegios que llevaron asociadas, mientras se pedían sacrificios al pueblo y nos decían que todos somos iguales ante la ley.

Nos decían que el peligro para España eran los comunistas, los socialistas, los independentistas, los proterroristas, los chavistas, las feministas, los rojos, las siete plagas… Aunque resulta que lo más antisistema es aquello que ha corrompido nuestro sistema. La jefatura del Estado y, en general, nuestras instituciones, no deben ser ajenas a la necesidad de aclarar y dar respuesta a lo ocurrido. Llevan tiempo publicándose estos asuntos turbios en la prensa extranjera, la justicia lo investiga fuera de nuestro país, preguntan a nuestros gobernantes cuando dan ruedas de prensa en el exterior… Es algo que sigue estando ahí y estará mientras no se resuelva. Sin estridencias, pero sin medias tintas.

Que no nos engañen. Los que más están haciendo por la República son algunos monárquicos. Los que más daño hacen a la monarquía son los que llevaron a cabo o se aprovecharon de la presunta corrupción en la institución monárquica. Empezando por el propio emérito y terminando en una serie de aduladores o aprovechados. Son quienes colaboraron, pusieron el cazo o paños calientes para que todo siguiera y siga igual. Urgen las explicaciones, la transparencia y la asunción de responsabilidades.