Miles de profesionales sanitarios se la están jugando cada día para salvar vidas en la crisis del Covid-19. Trabajan sin protección, echando horas hasta terminar agotados, con riesgo de contagio, si no se han contagiado ya, afrontando una situación crítica y tratando de sacarnos de este atolladero, después de haber sido bastante maltratados en los últimos años. Los mismos sanitarios que han sufrido severos recortes merecen ahora apoyo y coordinación por parte de todas las administraciones políticas, no competiciones para sacarle a esta situación algún rédito electoral.

Hay, al menos, un par de puntos en los que pueden estar de acuerdo las autoridades internacionales, nacionales y autonómicas: la falta de previsión ante el coronavirus y el gran error de recortar los sistemas de salud, que es nuestro principal seguro de vida. En España, parece haberse abierto una competición entre los que echan la culpa de la crisis del Covid-19 a las malas previsiones y los que achacan lo que ocurre a los recortes. Me parece una disyuntiva absurda, porque ambos aspectos están influyendo. Lo que toca ahora es aprender la lección, pero antes hay que salvar el mayor número de vidas.

En efecto, incluso con miles de muertos sobre la mesa en varios países del mundo, todavía sigue habiendo mandatarios internacionales que no valoran la magnitud de lo que se les puede venir encima con el coronavirus. Tras el brote de China, la propagación de la enfermedad ha pillado y sigue pillando a contrapié a diversos gobiernos del planeta. Creyeron que aquí no podía pasar y, ahora, deben asumir ese error de previsión. España no es ajena a eso. Aunque aquí hay una parte de la derecha que solo ve culpables en la organización de las marchas feministas del 8 de marzo. No quieren ver que administraciones de distinto signo político siguieron permitiendo actos multitudinarios y organizando mítines como el de la extrema derecha, que ahora trata de pillar cacho.

Cuando esto pase, deben mejorar los sistemas de respuesta a una previsión de este tipo y debemos saber reordenar nuestra escala de valores. Una alerta sanitaria no se minusvalora y los servicios de salud no se recortan. En España, hemos vivido tijeretazos en el personal sanitario, en sus salarios, en las camas hospitalarias, en equipamientos, en tiempos de atención a los pacientes y, en definitiva, en respeto a un sistema de sanidad que fue cuestionado políticamente con proclamas que pusieron en duda su importancia. Nos dijeron que lo privado o lo semiprivado era más eficaz y molaba más, en detrimento de la pública.

En definitiva, por una parte, la sanidad no se vende, se defiende. Es un servicio, no un negocio. Por otra, las autoridades sanitarias internacionales no mandan tanto, ni acaparan tantos titulares como el FMI, la OCDE o el BCE, pero hay que prestarles más atención. Y, por cierto, antes de todo esto, ahora necesitamos más respiradores, más personal sanitario, test rápidos, mascarillas, batas, más control en las residencias de ancianos… Es una labor titánica. Para todos. Los salvapatrias también pueden escoger entre arrimar el hombro o invertir en insultos y amenazas detrás del anonimato de miles de cuentas en las redes sociales.