Una llamada nunca respondida de Pedro Sánchez buscando un voto y una reunión de última hora en un bar llamado Tentación simbolizan que hubo emociones y sufrimiento hasta el final. Si salía bien, sería por los pelos y sobre la campana. Amenazas de muerte, susto en un vagón de tren, el diputado de un partido minoritario que nunca se vio rodeado de tantos ministros pidiéndole un único apoyo… Llegar al gobierno de PSOE y Unidas Podemos, la primera coalición gubernamental de la democracia, fue un parto muy complicado.

Una diputada enferma de cáncer salvando la situación y haciendo posible el gobierno de izquierdas, un diputado haciendo escalas en aeropuertos extranjeros para negociar, un barón socialista sintiéndose traicionado por los suyos y dejándolo por escrito… La tensión duró hasta el final. Hasta que Pedro Sánchez fue investido presidente y Pablo Iglesias se convertía en vicepresidente y metía a Podemos en el Gobierno de España.

La noche electoral

Con el resultado de la repetición electoral, esa misma noche, después de su celebración en la calle, Pedro Sánchez reunió a su equipo más cercano en su despacho de Ferraz y les anunció una estrategia que comenzaría más rápido de lo que ellos pensaban: había que llamar pronto a Pablo Iglesias para formar un gobierno de coalición. Sería el primero de esta democracia. Solo una persona le dijo en esa reunión que no veía esa urgencia, pero Sánchez insistió.

El presidente en funciones no respondió esa noche a dos mensajes de teléfono de Pablo Iglesias, pero al día siguiente, a las 10:52 de la mañana, Iván Redondo, jefe de gabinete de Sánchez, llamó a Pablo Gentili, colaborador del líder de Unidas Podemos. Debían citar a Iglesias en la Moncloa. Ni Gentili respondió a la primera, ni Pablo Iglesias creyó inicialmente que la llamada de su colaborador, que estaba en Argentina, era tan urgente... No se lo esperaba.

Muy pocos supieron que, a primera hora de la tarde de ese lunes, Pedro Sánchez recibía a Iglesias en la Moncloa. Lo que había tardado años, se resolvió tan rápido que hasta Sánchez cortó al líder de Unidas Podemos para ir al grano: harían gobierno de coalición y debía ser rápido. Pablo se lo comunicó a algunos de los suyos citándoles en Galapagar y Pedro fue tan discreto que hasta varios de sus hombres de máxima confianza se enteraron por la televisión.

Al PP le pilló pidiendo la dimisión de Sánchez, a Ciudadanos con Rivera dimitiendo y a Vox saboreando el subidón, favorecido por la repetición electoral. El temor a la extrema derecha fue un pegamento para los distintos partidos que se sumaron a la alianza. ¿Cómo fueron las negociaciones?, ¿buscaba Iglesias frenar el retroceso de Podemos?, ¿cómo influyó Junqueras desde la cárcel?, ¿fue determinante la guerra soterrada dentro del independentismo catalán?, ¿y la competición entre Bildu y el PNV?, ¿hubo alguna traición de última hora?

La derogación de la reforma laboral y la instauración de un ingreso mínimo vital fueron los dos últimos escollos programáticos que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias negociaron hasta horas antes de presentar su acuerdo definitivo. Con alguna que otra fórmula ambigua y con la conjura para ser un gobierno progresista leal. Ione Belarra y Pablo Echenique, por un lado, y María Jesús Montero y Félix Bolaños, por otro, llevaron el peso de las negociaciones. En La Moncloa y en el Ministerio de Hacienda. Con reuniones discretas, pero largas. Los contactos telefónicos entre Sánchez e Iglesias fueron cerrando algunos de los puntos más conflictivos, pero quienes habían sido rivales durante años se convirtieron rápidamente en cómplices.

Cataluña

Una sola palabra, una simple proposición, llevó semanas de negociaciones entre el PSOE y ERC. Para unos era conflicto “en” Cataluña, para otros “con” Cataluña. Al final, se optó por una fórmula intermedia. Es solo un ejemplo de las reuniones que sentaron en la misma mesa a alguien que fue investigado en el proceso de independencia catalán, Josep Maria Jové, con un nieto de Guardia Civil, hijo de Helioro Ábalos, “Carbonerito”. Como Aznar, hablaron catalán en la intimidad, pero sobre todo llegaron a un acuerdo.

Fue determinante el papel de Junqueras desde la cárcel, de Marta Rovira huida a Ginebra, de Pere Aragonès en su interlocución con la Moncloa, el acercamiento de Rufián, a pesar de sus tensiones con Pablo Iglesias… Aunque nada tan decisivo como la pugna entre Esquerra Republicana de Catalunya y Junts per Cat por la hegemonía del independentismo catalán. Unos, a favor del pacto para investir a Sánchez. Otro, en contra. Los de Puigdemont les dijeron que “podía salirles caro” el acuerdo con el PSOE, pero la negociación siguió adelante.

Presiones

Felipe González y José María Aznar coinciden en una cosa: no quieren el gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos. Para Felipe, Sánchez es “Pedro el cruel” desde que criticó las puertas giratorias de cargos socialistas siendo un joven tertuliano. Después hubo un acercamiento y reuniones entre ambos, pero saltó por los aires cuando Pedro no quiso abstenerse para que siguiera gobernando Rajoy. Desde entonces, los puentes están rotos y González no lo disimula. Por su parte, Aznar también quiere que el presidente en funciones dimita, para dar lugar a un gobierno del PSOE, con el apoyo del PP. Es lo que Cayetana Álvarez de Toledo defendía como un “gobierno de concentración”.

La patronal, distintas organizaciones empresariales, poderes financieros y hasta jerarcas de la Iglesia católica se mueven para que el gobierno de Sánchez e Iglesias, de socialistas con Podemos, no salga adelante. No lo consiguieron. Al menos por ahora.