Reducir el uso de plásticos se ha convertido en una de las banderas más visibles del ecologismo. Es algo comprensible teniendo en cuenta que la mayoría de los plásticos tardan mucho tiempo en biodegradarse y algunos países no los gestionan adecuadamente, provocando un preocupante impacto en los ecosistemas marinos. El problema es que el debate suele estar secuestrado por imágenes impactantes y eslóganes simplistas que han llevado a tomar decisiones más emocionales que racionales, como la de sustituir cualquier plástico por un material alternativo. ¿Qué pasa cuando esas decisiones bienintencionadas nos conducen justo en la dirección contraria?

Un estudio publicado en la revista Environmental Science & Technology ha puesto números sobre esta cuestión. Su conclusión es clara: en 15 de los 16 casos analizados, los productos de plástico generan menos emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que sus alternativas.

El equipo de investigadores —de las universidades de Cambridge, Sheffield y el KTH de Estocolmo— ha hecho un análisis de ciclo de vida completo, es decir, ha tenido en cuenta todas las etapas del producto: extracción de materias primas, producción, transporte, uso y fin de vida útil. En total, evaluaron 16 productos comunes que abarcan cinco sectores que representan el 90 % del uso global de plásticos: envases, construcción, automoción, textiles y bienes de consumo.

Más peso, más emisiones

El resultado general es tan claro como contraintuitivo: sustituir plásticos por vidrio, papel, metal o algodón suele aumentar significativamente las emisiones. La explicación está en un principio básico de la física: el peso. Los materiales alternativos suelen ser más pesados o necesitar más cantidad para cumplir la misma función, lo que incrementa el consumo de energía en su producción y transporte.

Un ejemplo muy claro son las bolsas de supermercado. Una bolsa de papel pesa unas seis veces más que una de plástico, lo que implica más materia prima, más transporte y más emisiones. Y, si acaba en un vertedero, libera metano al degradarse. Lo mismo ocurre con las botellas de vidrio, que triplican la huella de carbono de una botella de plástico PET.

Emisiones ocultas

El estudio también tuvo en cuenta impactos indirectos. Por ejemplo, el uso de plásticos en los depósitos de combustible de los coches o en la construcción reduce el peso total y mejora la eficiencia energética. O en el caso de los envases de alimentos, donde el plástico prolonga la vida útil y evita el desperdicio, un factor clave en la lucha climática.

Así, sustituir las bandejas de poliestireno por papel para envasar carne fresca puede parecer más ecológico, pero aumenta el porcentaje de alimentos que se echan a perder, y eso genera más emisiones. La conclusión es clara: hay que tener en cuenta todo el ciclo de vida del producto, no solo el material con el que está hecho.

Mejorar el plástico en lugar de prohibirlo o sustituirlo

Los autores no defienden un uso indiscriminado del plástico, sino un uso más inteligente. Proponen cuatro líneas de acción para reducir su impacto: mejorar la eficiencia (usar solo lo necesario), alargar su vida útil, aumentar el reciclaje y mejorar los sistemas de recogida de residuos. Todas estas medidas son más eficaces que sustituir el material sin más.

El análisis también incluyó proyecciones para el año 2050, bajo dos escenarios posibles: uno con pocas mejoras respecto a hoy, y otro en un mundo descarbonizado y con una economía circular. Incluso en el mejor escenario posible —energía limpia y reciclaje masivo—, los plásticos siguen siendo la opción con menor huella de carbono en la mayoría de los casos.

Eso no significa que todos los problemas del plástico estén resueltos. Hay países que no gestionan sus residuos y vierten al mar más de 12 millones de toneladas de plástico al año. Cualquier material que acaba en un lugar que no le corresponde se considera contaminación. Así que, aunque la mayoría de los plásticos son materiales inertes y, por tanto, no son tóxicos, no deberían acabar en el mar. Algunas especies marinas los ingieren por equivocación, provocándoles obstrucciones y, en algunos casos, los plásticos actúan como transportadores de sustancias tóxicas disueltas en el mar, lo que puede provocar el envenenamiento de algunos animales. Además, los plásticos desprenden microplásticos y, aunque se desconocen sus efectos en el organismo, la realidad es que han llegado a todas partes, por lo que es importante seguir investigando si esto está causando algún daño o no.

Hay problemas medioambientales graves, provocados por la deficiente gestión de los plásticos, que deben abordarse. Pero no tiene sentido aumentar las emisiones y empeorar el cambio climático por intentar resolver otro problema ambiental diferente. En muchas ocasiones, el plástico es parte de la solución.

El mensaje más importante del estudio es este: no se trata de sustituir materiales en función de modas o percepciones, sino de analizarlos con herramientas científicas. Los análisis de ciclo de vida (ACV) y los balances de masas permiten medir objetivamente el impacto real de cada producto, más allá del material con el que está hecho.

El plástico no es el enemigo. Lo es su mala gestión. Si de verdad queremos proteger el medioambiente, las soluciones no se pueden basar en prejuicios, sino que tienen que ir acorde al conocimiento científico. Por mucho que la opinión pública esté cebada en contra de un material, los científicos tenemos el deber moral de defender la verdad.