La Historia se divide en edades según el material protagonista de su tiempo: edad de piedra, edad de cobre, edad de bronce, edad de hierro... Estos materiales simbolizan en cada época el desarrollo y la prosperidad. Sin embargo, el presente suele enmarcarse en la edad de plástico, donde por primera vez en la historia el material de su tiempo es considerado un residuo en su tiempo.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) ha abierto a información pública el proyecto de Real Decreto de envases y residuos de envases. Muchas de las propuestas recogidas en el borrador relativas al uso de materiales han sido celebradas por la comunidad científica, principalmente todo lo que apoya la circularidad, es decir, que propicia las vidas infinitas de los materiales, bien por reciclaje, bien por reutilización. No obstante, los plásticos aparecen más citados en el texto como enemigos que como aliados. De hecho, una de las propuestas más controvertidas es que "los comercios minoristas deberán presentar las frutas y verduras frescas sin envases de plástico para pesos inferiores a 1,5 kg". No dice "sin envases", que sería lo propio si lo que se pretende es reducir residuos, sino que dice "sin envases de plástico".

La consecuencia de esto ya se está viendo en la actualidad: las frutas y verduras siguen estando envasadas, pero en lugar de plástico se está optando por otros materiales como los celulósicos (papel y cartón), algodones (para las bolsas de red típicas de patatas o naranjas) o materiales compuestos (mezclas de varios materiales, como por ejemplo los cartones plastificados). En la actualidad el papel, el cartón y los algodones no son reciclables si tienen restos de alimentos, y los materiales compuestos no se reciclan debido a la dificultad técnica de separarlos en sus componentes primarios.

Estos materiales alternativos al plástico generan un impacto medioambiental varios órdenes de magnitud superior. En ciencia de materiales esto se mide a partir del Análisis del Ciclo de Vida (ACV) por el que se evalúa el impacto ecológico de un material teniendo en cuenta todas la etapas de su vida, desde la extracción de la materia prima y su transformación hasta el final de su vida útil. Los materiales celulósicos tienen un impacto medioambiental de entre el doble y el triple que el plástico, dependiendo de cómo se gestionen los bosques de los que se obtiene la madera a transformar. La industria de la celulosa es la quinta consumidora de energía y la que usa más agua por tonelada de producto fabricado por detrás del algodón. El algodón, el vidrio o los materiales compuestos tienen un impacto medioambiental entre decenas y cientos de veces mayor.

Así que el enemigo no es el plástico, sino el sobreenvasado. Lo ideal es prescindir de cualquier tipo de envasado de frutas y verduras siempre que sea posible; con la excepción de los alimentos delicados (fresas, arándanos…) ya que en estos casos el envase es fundamental para reducir el desperdicio alimentario, que el alimento se conserve y sea seguro.

Casi todo lo que se publica bajo el título de "edad de plástico" se refiere a él como un problema. Las referencias a las bondades de los plásticos escasean, a pesar de que han propiciado avances mayúsculos para la salud, la seguridad y el medioambiente. Infinidad de tecnologías médicas y productos sanitarios son de plástico (prótesis, mascarillas, jeringuillas, respiradores...). Los aislantes de las viviendas, los sistemas antiincendios y los sistemas de seguridad de los automóviles han dado su mayor salto evolutivo gracias a los plásticos. La incorporación de plásticos a las energías renovables permite multiplicar su eficiencia (las palas de los aerogeneradores alcanzan envergaduras inimaginables con otros materiales). La reducción del peso de los automóviles o los envases han permitido reducir la huella de carbono derivada del transporte -una botella de vidrio pesa al menos diez veces más que una de plástico-. La incorporación de los plásticos al sector alimentario ha permitido avanzar en seguridad alimentaria -los plásticos usados en alimentación son inertes y evitan la proliferación bacteriana, lo que supone una ventaja frente a otros materiales que hacen de sustrato orgánico- y también ayudan a la preservación de los alimentos, permitiendo la reducción del desperdicio alimentario, otro de los grandes problemas de este tiempo. Sin embargo, para la mayoría de la población la imagen del plástico es un residuo abandonado en la naturaleza que tarda años en biodegradarse y, por tanto, lo reducen a la simpleza de "el plástico es malo".

Todos los materiales tienen sus luces y sus sobras. La cuestión del plástico no debe reducirse a si es bueno o malo. Casi nada en ciencia es una dicotomía, siempre hay que dejar espacio al matiz. Las sombras del plástico son el abuso de los productos de un solo uso y la deficiente gestión de residuos -cada año llegan al mar ocho millones de toneladas de plástico y la mayor parte del plástico reciclable no se recicla-. Cabe destacar que ningún material de un solo uso es sostenible, ni tampoco es sostenible ningún material que no se recicla o que se vierte al mar. Por eso, apostarlo todo a un material es un error; como también es un error prescindir del plástico. Los plásticos son unos de losgrandes aliados para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, por lo que hay que aprovechar sus luces y reducir sus sombras.

El problema de los plásticos está claramente delimitado a la última etapa de su vida. El problema es qué se hace con el plástico una vez ha cumplido su función. Por eso hay que poner el foco ahí y no en otra parte.

Resulta muy difícil convencer de esto a quienes lo han reducido todo a "eliminemos el plástico porque el plástico es malo". Primero, porque tenemos un gravísimo problema de incultura científica que imposibilita la conversación. Segundo, porque los científicos hemos dado por hecho que las certezas de la ciencia tarde o temprano se imponen por sí solas frente a la sinrazón. En la historia reciente tenemos numerosos ejemplos que contradicen esto: la emoción se impone frente a la razón, también en la ciencia. Cuando un debate no se puede ganar por medio de la razón, los hechos y los argumentos, se gana desde la emoción, puesto que las emociones tienen la cualidad de ser irrebatibles.

El rechazo emocional que genera el plástico se enfrenta a la romantización del vidrio, el papel o el algodón. Algo que también ha sucedido con otras tecnologías claves para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible que se están restringiendo como la ingeniería genética, la energía nuclear o la inteligencia artificial. Se están tomando decisiones en contra de la evidencia científica por cuestiones emocionales. Los científicos no podemos ser cómplices del desconocimiento. No podemos mirar hacia otro lado en esta crisis climática por miedo a tener que lidiar con turbas emotivas, desinformadas e irracionales. Qué lástima de tiempos en los que defender la razón se ha convertido en una empresa de valientes.

Por eso es importante que los científicos alcemos la voz antes de que el Real Decreto se apruebe y las restricciones a los plásticos supongan un desastre medioambiental mayor. No podemos dar por hecho que la ciencia, y con ella la razón, se impondrá por sí sola. De esto se puede extraer el aprendizaje de que los científicos tenemos que defender la razón antes, mucho antes, no solo cuando esta está en peligro.