Este lunes por la tarde me di el primer baño en el mar del año. Fue en una playa abrazada por dunas y montañas rocosas cubiertas por una epidermis de tierra y vegetación. En abril lo verde se vuelve amarillo. El campo se llena de margaritas africanas (Arctotheca caléndula), xestas (Cytisus scoparius), chorimas (las flores del toxo, Ulex europaeus) y dientes de león en la fase de capítulo de color amarillo (Taraxacum officinale). Las higueras empiezan a fabricar sus frutos desprendiendo un olor dulce y prieto, y las pequeñas flores del durillo (Viburnum tinus) impregnan el aire con su aroma blanco voluptuoso. El color amarillo brota con el aumento de la temperatura y las horas de luz, anunciado que vuelven los días de playa y las empanadas al sol.

Para el título he teñido de amarillo el famoso "verde que te quiero verde" del romance sonámbulo de Lorca para evocar la vida en lugar de la muerte. Porque estas flores silvestres se sirven de los pigmentos de color amarillo para seducir a los polinizadores y así perpetuar su estirpe.

La mayoría de los pigmentos de color amarillo de estas flores son, químicamente, carotenoides; unos pigmentos orgánicos –basados en la química del carbono– formados por isoprenos unidos uno tras otro. Según su composición hay dos clases de carotenoides: carotenos y xantófilas. Los carotenos no contienen oxígeno en su composición (solo átomos de carbono e hidrógeno), mientras que las xantófilas sí.

El color de los carotenoides va desde un color amarillo pálido que los artistas llamaban primrose –o prímula en castellano– cuya etimología proviene del latín primulos –primero–, refiriéndose a la temprana floración de las primaveras; hasta un color rojo oscuro como el de los pimientos morrones.

El color de los carotenoides depende de su estructura química. El esqueleto principal de estos pigmentos está formado por átomos de carbono unidos entre sí mediante enlaces simples y dobles. Elcolor depende de la cantidad y posición de enlaces dobles que haya –algo que en química se conoce como conjugación–. Cuantos menos enlaces dobles conjugados el pigmento será más azulado o incluso blanco, mientras que si tiene un elevado número de enlaces dobles conjugados el pigmento será más anaranjado o rojizo. Por ejemplo, el licopeno que da color al tomate tiene once enlaces dobles conjugados, el alfa-caroteno de las calabazas es de color naranja y tiene diez enlaces dobles conjugados, la luteína del maíz es de color amarillo y tiene diez, y el fitoflueno que tiene cinco es incoloro.

Los electrones que habitan en los enlaces dobles conjugados son los responsables del color. Estos electrones absorben energía de la luz visible –la que percibimos como color–. Si absorben la energía de la luz azul, el pigmento lo veremos del color complementario al azul, que es el naranja; si absorben la energía de la luz verde, el pigmento lo veremos del color complementario, que es el rojo. Así que las flores de color amarillo que tiñen el paisaje primaveral contienen carotenoides que absorben la luz violeta, que es el color complementario del amarillo.

El color de los pigmentos carotenoides ofrece información acerca de cómo es su estructura química: cuántos enlaces dobles conjugados hay, si esos enlaces están en anillos –átomos de carbono unidos formando un ciclo–, si hay grupos hidroxilo o metoxilo, que también afectan levemente al color, etc. Por eso para estudiar esto los químicos empleamos técnicas como laespectroscopia ultravioleta-visible, una técnica que nos indica qué tipo de luz y qué cantidad absorbe cada pigmento.

Estudiar los colores de las flores también permite analizar cuáles resultan más atractivas para los polinizadores. No se sabe si los polinizadores perciben los colores como los humanos, pero sí es conocido que los principales grupos de polinizadores, himenópteros (como las abejas), dípteros (como las moscas), lepidópteros (como las mariposas) y aves (como los colibríes), tienen sistemas visuales diferentes a los nuestros. Técnicas como la espectroscopia de reflectancia permite calcular cómo de llamativo es cada pigmento para los polinizadores y cómo algunos son especialmente sensibles a diferencias de color que resultan invisibles a nuestros ojos.

Los pétalos amarillos son para los polinizadores como una estridente llamada de atención. Flores que algunos catalogan de maleza, que son tan cotidianas y abundantes que pasan desapercibidas. Algunas como los dientes de león o las margaritas africanas crecen por todas partes, entre las grietas del hormigón, donde el asfalto se pierde bajo el pavimento, en los jardines de barrio y, sobre todo, donde la ciudad termina, en la frontera.

Son flores amarillas que señalan las fricciones entre lo construido y lo salvaje, entre lo que se mira y lo que no. Por eso me resulta simbólico que crezcan a montones en la playa de Sabón, el lugar donde desemboca el río de Arteixo y el Seixedo, que antes hace una parada en el embalse del Rexedoiro para abastecer de agua al polígono industrial. El arenal ha cambiado de forma con la construcción del puerto exterior de A Coruña. El acuario natural que se formaba entre las rocas el año pasado, ayer estaba cubierto de arena. Donde antes nadaba entre peces y erizos de mar, ahora chapoteo entre minchas (Littorina littorea) y cangrejos. Ese lugar es como una grieta entre el paisaje natural y el industrial. Una grieta que se viste de amarillo para celebrar la vida que nos proporciona lo dado y lo creado.