Un burócrata soviético. Un hombre gris, taimado y de oscuras servidumbres. Un mandado. El alcalde es Madrid representa de manera sublime todo lo que desprecia de forma pública, lo que teme proyectar porque en su fuero interno sabe que es. Almeida es uno de esos elementos de niebla y sombra que todo sistema putrefacto necesita para poder pervivir. Madrid es uno de esos hábitats que necesita de figuras de su exiguo porte moral para poder seguir siendo ese lugar donde las élites extractivas pueden prosperar a coste de una mayoría exprimida. Las almas podridas de dinero que transitan Jorge Juan necesitan de Almeidas para su medro y él sirve de forma eficiente el cometido que le ordenan. Es solo un tenebroso funcionario fiel de la corte.

Martínez-Almeida sueña con que personajes estereotipados en Luis Medina le ofrezcan su favor y presencia para como buen vasallo mostrar una genuflexión exagerada, regada de masoquismo placentero para que los guapos de clase le dejen entrar en un círculo que suele estar vedado a los de su estirpe. A nadie le gustan los burócratas, y menos a la aristocracia, para ellos son solo una herramienta necesaria para mantener su nivel de vida, como también son los poceros o quien les limpia la mierda en casa, y no por ello los sientan a su mesa. Son un mal necesario para familias como los Medinaceli, una purulencia social, molesta pero práctica, que instrumentalizan para vivir del trabajo ajeno.

Es comprensible ver comportarse con este histrionismo a la gran esperanza blanca de la derecha madrileña tras tocar el cielo con los dedos. Tiene que ser difícil soportar la frustración de verse arrinconado después de sentir lo rápido que se ha destruido el castillo de anhelos y ambiciones creado en pandemia por el simple hecho de no ser un necio y un desgraciado al no usar la pandemia sin capacidad de gestión para echar los muertos sobre la oposición, como hizo su compañera de ticket electoral. La prensa regada de subvenciones construyó una imagen de Kennedy de bolsillo que ha hecho arder después de la guerra entre Ayuso y Casado.

El pobre gran hombre está noqueado. Los suyos le han mangoneado y ahora le toca mascar la decepción de sentir que esa casta aristocrática solo le veía como un peaje necesario para el enriquecimiento. No le llamaban por su favor, amistad o compañía, sino porque era el amo de llaves de la caja de caudales con los tributos. Le usan y ni siquiera los de su partido salen en tropel a defenderle. Cuán cruel es la carnicería de pelajes como el suyo que nos otorga como espectáculo la derecha matritense. Hay que agradecer la ofrenda genovesa de circo sabatino con descoyunte sanguino de sus gentes para disfrute del pueblo con el que mitigar la falta de pan.

Clama el pobre contra la cacería de la izquierda cuando no es consciente de que han sido los propios, los de su clase aspiracional y anhelo existencial, los que le han utilizado como al siervo de la gleba que se usa de carne de cañón para acceder a las riquezas del reino. Tiene que ser un duro golpe contra el ego creerse tan listo y acabar despedazado por la inocencia merecida de no ser consciente de que atender y ser sensible a una llamada de la elite parasitaria capitalina es el camino más corto para acabar con su cabeza en una pica, como el hazmerreír del cóctel. Incauto Almeida, se creía invitado de honor y no ha sido más que el idiota de turno de la cena.