En España la vida personal de los políticos siempre ha sido una línea roja que los periodistas habíamos respetado aún teniendo una información cierta, veraz y rigurosa. La única excepción siempre ha sido si eso estuviera vinculado al uso de dinero público, lo que deja de ser personal para pasar a ser un hecho corrupto. Pero lo ocurrido con José Luis Ábalos y el digital panfletario The Objective en el que se le acusa de tener una "oscura vida" sin aportar ninguna prueba, con fuentes anónimas y vídeos fantasma, alcanza un nuevo paradigma de indecencia profesional.

Lo ocurrido con José Luis Ábalos y el nuevo libelo que da gusto a la gusanera venezolana ha traspasado la ya depauperada deontología de los panfletos reaccionarios. La estrategia del asesinato social de un expolítico es muy habitual en el amarillismo sensacionalista de los medios financiados por la disidencia venezolana allende nuestras fronteras. Ahora toca importar ese proceder. El truco es no decir nada pero insinuar actitudes aberrantes de su vida privada. Se hace sin aportar pruebas ni atreverse a decir claramente lo que insinúan para no acabar en la cárcel. Porque eso hay que dejarlo claro, si dejas negro sobre blanco de forma explícita lo que han querido deslizar con cobardía acabarían condenados por hacerlo sin ningún tipo de pruebas. Esperemos que aún así acaben condenados por el bien del periodismo.

He sentido mucha vergüenza ajena las veces que he compartido un plató de televisión con la firmante del encargo contra Ábalos. Pero en mi inocencia ancestral nunca imaginé que se diera a los más bajos impulsos de la profesión. Su profesionalidad y credibilidad, que solo se mide por la calidad de nuestras informaciones, nunca ha sido ejemplar, pero hozar en lo más profundo de la excrecencia propia solo está al alcance de quien no sabe lo que significa la palabra escrúpulo. Los periodistas no podemos callarnos cuando alguien quiere destrozar la vida de otra persona usando el poder que tenemos por participar en la opinión pública. El corporativismo hay que desterrarlo cuando empieza a asomar un modo de hacer noticias sin precedentes que solo busca la destrucción sin atender a las mínimas normas deontológicas.

Ketty Garat y Álvaro Nieto son los responsables de la bazofia contra José Luis Ábalos. Las razones personales del director de The Objective trascendieron, le pidió trabajo al ministro cuando ocupaba el cargo, al no conseguirlo le apuntó la matrícula. Nada habría que decir si hubiera sacado información veraz contra el exministro, pero su campaña es otra cosa que está lejos de ser periodismo. El caso de Garat, su credibilidad, se derrumba con un sólo párrafo de su texto: "Nos decían que había un vídeo que nadie ha visto y que no sabemos si existe. Un vídeo en el que salían Ábalos y Koldo con mujeres". Ninguna de las fuentes consultadas por este diario admite haber visto el documento audiovisual, pero describen el clima interno de Moncloa como de una "tensión extrema".

El infame artículo se basa en un supuesto vídeo del que alguien hablaba, que nadie ha visto, que nadie sabe si existe y que las fuentes consultadas por Garat admiten no haber visto. Es decir, no hay una sola prueba de que ese vídeo exista, es más, nadie puede saber lo que hay en ese vídeo inexistente que la redactora reconoce que no tiene ninguna prueba de su veracidad. Pero no pasa nada, Ketty Garat pasa a describir el contexto del vídeo que nadie ha visto y que nadie sabe si existe. Se atreve a fechar el vídeo. Principios de enero de 2021, con el segundo estado de alarma vigente.

La defensa de la profesión del periodismo, la verdad y los usos y costumbres de la deontología y la ética son lo único en lo que los periodistas tenemos que ser militantes encendidos. Todos tenemos opinión y puntos de vista diversos, pero había un acuerdo tácito en el que los asesinatos civiles con insinuaciones, acusaciones veladas y el uso de la vida privada sin más motivación que la inquina personal no son tolerables. Posicionarse de manera frontal contra una manera de proceder tan sucia es una obligación moral que trasciende la indefensión a la que se ha visto sometido el exministro. Un debate público decente no puede permitir estos comportamientos por parte de quien dice llamarse periodista.