Pedro Sánchez se acerca con la actitud de un meme de Twitter. Ése que dice: "Ahí viene el chico que te gusta. Actúa normal". Y Pedro se acerca a Joe Biden con esos andares que lo convierten en el presidente que mejor camina. Algo es algo.

No lo hace con la seguridad y el aplomo que le caracterizan. Se aproxima a su colega estadounidense sorteando la corte de seguridad y asesores y "actúa normal". Pero no le sale. Son un puñado de segundos que no llegan al minuto en los que agacha un poco la cabeza y se toca insistentemente la mascarilla. Y de repente, zas, desaparece. Biden continúa su camino, sin saber muy bien qué ha pasado y puede que preguntándose quién es ese bigardo que acaba de hablarle al oído. "La irrelevancia", tituló la imagen Cayetana Álvarez de Toledo.

Sánchez es nuestra Chenoa en el último reencuentro de OT en concierto, víctima de una cobra imperdonable. Pero en flojo. No se acerca con la fuerza de Laura Corradini, porque su actitud es la misma que la mía cuando me colé en una fiesta en un chalet de Arturo Soria intentando camuflarme como uno de los invitados y me echaron nada más llegar. O la de cualquier captador de ONG. Llega ahí, le suelta la chapa al chico que le interesa y pocas veces el chico se queda a escucharle.

Es una imagen decepcionante. Uno por la actitud mendicante, ésa que nos convierte en la simpática del grupo cuando todo el mundo sabe que es la guapa la que lidera. Para Estados Unidos y para Europa. Otro por la mala educación. Porque Biden ni siquiera le mira a la cara, sino que continúa su camino de forma autómata, con cierto gesto de jet lag y ese rostro tan terso que la cirugía le ha dado.

Quizá también el problema es nuestro, por pensar que el sustituto de Trump es un ser de luz por el mero hecho de haberle birlado el Despacho Oval a semejante bufón. Tras tomar el té con la reina de Inglaterra apenas acertó a decir: "Me recuerda a mi madre".

Se había advertido desde Moncloa de la importancia de esta cumbre cósmica. Este encuentro interplanetario entre dos líderes. Y aquello más que cumbre fue peñasco. Fue una reunión con el mismo fuste que la homeopatía. Inane, inodoro, incoloro. En la agenda de Biden no estaba incluido ningún encuentro con el inquilino de La Moncloa. Sí lo estaba, en cambio, el presidente turco y los de las tres repúblicas bálticas. Como dicen los taurinos: tarde de expectación, tarde de decepción. Aunque esto durara lo mismo que un paseíllo.

Y por mucho que Sánchez dijera luego, en una comparecencia que duró más que su arrime al presidente estadounidense, que no va con cronómetro por la vida (qué suerte) y que habían hablado de un montón de cosas. Migraciones, situación en Latinoamérica, la pandemia… Su productividad llegó a tal punto que hasta le dio tiempo hasta para "felicitarle por su agenda progresista". A mí se me acerca alguien a susurrarme algo así y le suelto un bolsazo.

Lo malo de la imagen es que oculta un éxito diplomático como la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid el año que viene. Coincide con el 40 aniversario de la adhesión de España a esta institución y con un momento en el que las relaciones con Marruecos permanecen en una calma tensa, con los dos países como funambulistas y con los lazos reforzados entre Rabat y Washington.

Lo bueno es que esos segundos en los pasillos nos permiten el chascarrillo como manera de aliviar el bochorno. "Después de esta primera toma de contacto, hemos quedado en continuar colaborando, trabajando y seguir en contacto", concluyó. Es la forma extensa del clásico "a ver si nos vemos". Tiene pinta de que a Biden ya se le ha olvidado lo que pasó en la tarde de ayer.