Salman Rushdie

Traductor: Luis Murillo Fort

Editorial: Literatura Random House

Año de publicación original: 2024

Por: César González Antón

Salman Rushdie, autor del ensayo Cuchillo (Random House, 2024), tenía todo el derecho a ponerse estupendo, ha sobrevivido a quince puñaladas que pretendían apagar su voz. Pudo escribir un texto largo y profundo sobre la violencia y la libertad, mirarnos por encima del hombro con poderosos argumentos desde la autoridad de su ojo acuchillado.

Pero ha hecho todo lo contrario, construir una narración corta y sencilla que al principio resulta desconcertante. Primero la detallada y sucinta descripción del atentado, sin ningún atisbo de heroísmo. Después la prolija explicación de la evolución médica; el bueno de Rushdie detalla el largo proceso para sobrevivir a un terrible atentado como el que cuenta cómo superó un ictus o un aneurisma.

Evitando el glamur de apellidarse Rushdie, el autor nos enreda en esa historia que podría ser la de cualquier persona y usa esa trivialidad para alcanzar una poderosa reflexión: a las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, en el escenario del anfiteatro del condado de Chautauqua, en el estado de Nueva York, se acuchilló a un hombre.

Un ser humano que ama, que siente, que es amado por otros, que ansía vivir, que quiere seguir ocupando su pequeño sitio en el mundo. Y es en esa simplicidad donde la violencia resulta más aberrante.

Sacarse el cuchillo

Cabalgando ese ejercicio de sencillez, que es el más complejo de los modos, nos cuenta su historia de amor, pero no del romántico triunfo del amor frente al odio, sino de sus ventajas prácticas. Porque cuando uno afronta la terapia para sacarse un cuchillo de dentro es aconsejable ser lo más pragmático posible.

No le falta razón en que el arte perdura, pero no parece que la violencia pase por su peor momento.

Y el autor de Los versos satánicos lo que hace con este ensayo es una terapia en primera persona, una batalla para liberarse de los fantasmas. «Todo iba bien y el mundo explotó». El libro desmenuza ese tormento desde lo cotidiano, pero no es la vida de cualquier hombre; sus amigos son Auster, Atwood, Kundera, McEwan o Roth. Y también sus enemigos íntimos: Beckett o Mahfuz.

Aunque el enemigo siempre presente es «A», así decide llamar a su agresor. Mantiene con él una imaginaria entrevista, es un texto arriesgado que no termina de funcionar, pero que le permite abandonar la posición de víctima, pasar al ataque, «responder a la violencia con arte».

En ese momento establece un punto algo maniqueo en el que sostiene que el arte perdura y la violencia no, incluso pone como ejemplo la inmortalidad de Federico García Lorca frente a los falangistas. No le falta razón en que el arte perdura, pero no parece que la violencia pase por su peor momento.

Expresarse con libertad

Donde evita por completo el maniqueísmo es en su sincero espíritu de venganza, o de revancha, con el asesino y se agradece esa honestidad. Se lee en varias partes ese «no te perdono», hasta terminar en un bailecito redentor por seguir vivo frente al lugar donde sucedió el atentado.

El autor acaba preguntándose qué hacer con esta segunda oportunidad. Y decide aplicar a su vida un sencillo combinado de amor y trabajo. Se compromete a ponerse en guerra contra el revisionismo fanático que pretende reescribir la historia. Ya fuera en Nueva Deli o en Florida, contra fantasías de un pasado trumpista idealizado o contra las mentiras que han sacado a Gran Bretaña de Europa.

Eso sí, se baja de esa discusión que tanto tiempo lo ha perseguido: no quiere discutir sobre la existencia de Dios. Para despedirle de esa misión, nos deja un breve pasaje en el que explica que cuando escribió Los versos satánicos no pretendía insultar ni ofender a nadie, solo escribir una novela sin miedo:

Expresarse con libertad es darla por sentada, no temer las consecuencias

«A veces pienso que pertenezco a otra era. Recuerdo estar en el jardín de nuestra casa cuando era un niño en los años 50, oyendo conversar y reír a mis padres y sus amistades mientras hablaban de esto y aquello, desde política contemporánea hasta la existencia de Dios, sin sentir la menor presión de autocensurar, o diluir sus opiniones.

También recuerdo estar en el apartamento de mi tío favorito, quien a veces escribía para el cine, y de su esposa, actriz y bailarina que a veces actuaba en esas películas. Los veía jugar a las cartas con sus colegas peliculeros hablando en un lenguaje aún más descarado sobre esto y lo de más allá y riendo aún más escandalosamente que los amigos de mis padres.

Fue en esos escenarios donde aprendí la primera lección de lo que es expresarse con libertad: que uno debe darla por sentada, si temes las consecuencias de lo que estás diciendo, entonces no eres libre. Cuando estaba escribiendo Los versos satánicos, en ningún momento pensé en tener miedo».

Expresarse con libertad es darla por sentada, no temer las consecuencias. Quizá esa sea la lección más poderosa de este libro y de toda la vida de Salman Rushdie: la importancia y el poder de no tener miedo.