William Kotzwinkle

Traductor: Enrique de Hériz

Editorial: Navona

Año de publicación original: 1975

A esta novela no venimos a compadecernos. A llorar por esos "pobrecitos a los que se les ha muerto el hijo". No. A El nadador en el mar secreto venimos a experimentar una historia muy cortita en la que nos pegaremos de bruces con una realidad que está escondida y de la que no se quiere hablar. Lo vamos a decir muy alto. Hay bebés que mueren. Algunos antes de ser paridos. Otros, nada más nacer. Y no pasa nada por decirlo.

Hay bebés que mueren. Algunos antes de ser paridos. Otros, nada más nacer. Y no pasa nada por decirlo

Entendedme. Evidentemente sí que pasa algo. Es una experiencia muy traumática que marca de por vida a los padres que la sufren. Pero no pasa nada por contarlo, por hablar de ello. De hecho, hay que hacerlo. Y eso es lo incómodo. Si como individuos y como sociedad solemos tenerle pánico a la muerte, imaginad enfrentarnos al fallecimiento de una pequeñina o pequeñín que, por lo que tenemos asociado culturalmente, está destinado a vivir.

Una verdad incómoda

Ponernos en la tesitura de esos padres y hablar con ellos del tema nos aterra. Pensamos "vamos a incomodarles" o "¡uy, qué horror! No sé qué decirles" o, directamente, el frío silencio. Dejarlo pasar como si ese bebé nunca hubiese existido. Y sí que existió.

No hace falta decir nada, no es necesario encontrar unas palabras sanadoras. No las vais a encontrar, porque nada puede consolar a unos padres que acaban de ver morir a su bebé. Pero la simple compañía, tener un hombro donde llorar o maldecir (o las dos cosas) es suficiente. Todo eso ayuda. Y este libro, también.

Comprender lo incomprensible

El nadador en el mar secreto ayuda porque pone en palabras lo que nadie desea verbalizar. Ese "¿por qué a mi?" está en esta obra de William Kotzwinkle pero muy contenido. Es la historia del propio autor. Tuvo un hijo que nació muerto. Justo después escribió este pequeño libro, del tirón, en 1975.

Aquí no leeréis grandes dramas. No hay espacio para los sentimentalismos. Todo se nos cuenta a través de los ojos del padre de la criatura, Laski, un hombre que vive con Diane lejos de todo, en una cabaña perdida en el norte más al norte de Canadá. Se han pasado nueve meses imaginando cómo será su bebé. Tienen preparada su cuna, su habitación. Están que explotan de ilusión. Vamos, lo habitual.

Aquí no leeréis grandes dramas. No hay espacio para los sentimentalismos

Llega el momento del parto y, con los nervios normales del momento pero con mucha paz espiritual, los dos se encaminan al hospital. Al llegar allí, los médicos se dan cuenta de que el pequeño viene de nalgas. Aun así, el parto discurre con la previsibilidad con la que se pueden prever estas situaciones. Pero cuando el niño llega al mundo no tiene pulso. Ha muerto desangrado por un cordón umbilical débil que se ha desgarrado en el peor momento. Una posibilidad entre un millón. Pero ha ocurrido.

Nacimiento y muerte

Contado tal como lo estáis leyendo parece un dramón con mayúsculas pero no lo busquéis. No hay sitio para él. Sí. Hay lágrimas, por supuesto. Hay mucha pena. Cómo no. Pero contenida, diluida en unos primeros momentos de confusión total en el que uno es incapaz de identificar qué demonios ha pasado.

Hay lágrimas, por supuesto. Hay mucha pena. Pero contenida

En El nadador en el mar secreto (que no deja de ser el bebé sumergido en la placenta del vientre de su madre) las ensoñaciones se confunden con la realidad. La incredulidad da paso a una extraña paz en la que sientes a tu hijo cerca, en cada una de las maravillas del mundo, pero al que, sin embargo, no puedes ni tocar ni abrazar. Apenas acaba de llegar y ya se empieza a ir. La vida no es justa. Casi nunca lo es. Pero este libro es un pequeño faro en el que se ilumina un dolor que no se puede esconder, con el que hay que vivir y que, antes o después, hay que aceptar. Y no me refiero solo a los padres. Me refiero a todos. La sociedad al completo.

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