Ya se lo dijo el rey Theoden a Gandalf en Las dos torres al enterarse de que su hijo había fallecido en combate. "Ningún padre debería enterrar a sus hijos". No. No deberíamos. Pero ha ocurrido toda la vida. Tolkien ya lo contaba en sus novelas hace más de medio siglo. Pero, como sociedad, no somos capaces de asimilarlo.

"La gente no entiende, no saben cómo acompañar. Así que recurren al silencio por no herir"

Y si hablamos de la muerte perinatal, entonces el silencio es sepulcral. Jillian Cassidy es la fundadora de Umamanita, una asociación que da cobijo y apoyo a padres cuyos bebés han muerto dentro del útero o nada más nacer. Ella misma sufrió la muerte de su bebé hace 15 años. Cassidy sabe dónde está el problema. "La gente no entiende, no saben cómo acompañar. Así que recurren al silencio por no herir".

Cifras que destapan una incómoda verdad

Y a esos padres nos hace un flaco favor. Porque lo que toda madre y padre que pierde un bebé quieren es sentirse arropados. Entender "por qué a ellos". Las cifras son duras. Uno de cada cuatro embarazos no llega a término. Y el parto tampoco es garantía de nada. No hay ninguna fórmula matemática que sea embarazo + parto = bebé sano y feliz. Nada más lejos. La ecuación puede fallar en cualquier momento.

Las desgracias ocurren, pero un embarazo supone un chute de ilusión tan grande que ser simplemente precavido es sinónimo de "ser un cenizo". No es por serlo, es que hay que tener en cuenta que 2.500 bebés mueren cada año antes o nada más nacer.

"La gente, de entrada, tiene mucho rechazo hacia la muerte, pero cuando empiezas a tirar del hilo todo el mundo tiene muertos de quien hablar"

La muerte perinatal es un tabú. Por eso lo que le acabamos de contar y lo que pueden ver en el reportaje enlazado en esta página es tan desolador. Y por eso obras tan maravillosas como El nadador en el mar secreto son tan necesarias. Este libro existe para contar qué le ocurre a unos padres cuyo bebé muere tras el parto. Pero no se regodea en el dolor.

Abraza el amor de la pareja, el desconcierto y lo condenadamente difícil de la situación para poder superar esa experiencia tan devastadora. Porque la muerte está ahí, aunque tratemos de esconderla. Jillian Cassidy lleva años lidiando con ella y sabe que "la gente, de entrada, tiene mucho rechazo hacia la muerte, pero cuando empiezas a tirar del hilo todo el mundo tiene muertos de quien hablar".

Objetivo: naturalizar la muerte

A esos seres queridos les da igual tener 90 años o dos días. La muerte es parte de la vida y son muchas las voces expertas que piden una sociedad que sepa integrarla en nuestra rutina. No es fácil. Son muchos años de ver a la muerte como ese instante final al que nadie queremos hacer frente. Idolatramos la vida, desdeñamos la muerte. Pero está ahí. Y es parte de cada uno de nosotros.

"Aquí hay mucho tabú de no llevar a los niños a los tanatorios o a los funerales. Y creo que les hacemos un flaco favor"

Jillian Cassidy nos da una idea de por dónde podríamos avanzar para naturalizar un poquito este duro trance. "Empecemos a romper el tabú de la muerte desde la infancia. Aquí hay mucho tabú de no llevar a los niños a los tanatorios o a los funerales. Y creo que les hacemos un flaco favor".

Ellos entienden nuestro mundo mejor que nosotros porque sus ojos no están viciados por años y años de acervo popular. Podría ser un primer pasito. Igual que otros muchos. Solo comprendiendo y abrazando que somos seres finitos podemos naturalizar la muerte y perderle el miedo. El dolor seguirá siendo insondable, pero la herida será mucho más fácil de cicatrizar.