
Mary Beard
Traductora: Silvia Furió
Editorial: Crítica
Año de publicación original: 2002
Es importante entender que la fascinación que hoy sentimos por el Partenón, sus esculturas y todo aquello que representa, no siempre se ha sentido con el mismo fervor. El escritor William Golding visitó la Acrópolis el siglo pasado y cuentan que se sentó de espaldas a tan magno edificio para poder observar mejor —y con más interés— el sector industrial ateniense.
En El Partenón, la historiadora Mary Beard recorre sus ruinas a través de su creación, sus muchas transformaciones, expolios, su destrucción y posterior reconstrucción, esta vez sí, como signo de todo aquello que Europa aspiraba a ser. Un libro que trata de derribar sus mitos, arrojar verdad sobre sus muros y entender mejor por qué hoy sigue obsesionándonos.
Templo, tesoro y polvorín
El Partenón es la imagen visible de unaépoca 'dorada' para Atenas. La Liga de Delos se convirtió en la primera organización político-militar helena, creada con la intención de unir fuerzas —económicas, principalmente— tras la invasión persa. Con Pericles al mando de ella, y después de que Atenas quedase reducida a cenizas, encargó a Fidias, el más grande de los escultores griegos, proyectar un edificio único, decorado con frisos y metopas que, siglos más tarde, serían tan admirados como codiciados.
El Partenón es la imagen visible de una época 'dorada' para Atenas
A modo de resumen lo que siguió a aquello fue la invasión romana, su conversión posterior a templo cristiano bajo el Imperio Bizantino, mezquita en manos de los otomanos y un largo etcétera que incluyó una explosión fatal, mientras servía de polvorín, que destruyó toda la estructura del edificio en 1687.
Historia de un expolio
La Acrópolis permaneció en ruinas hasta el XIX y su memoria esparcida en escombros. Su interés coincidió con el advenimiento del Grand Tour, las primeras rutas turísticas en busca de ruinas por Europa y el renacimiento del mundo helénico para una generación de lores, aristócratas y demás ralea que vieron con buenos ojos tomar aquel patrimonioy llevárselo sin permiso. O, como fue en este caso, con uno obtenido por vías torticeras.
Beard pone en duda que podamos hoy culpar a Elgin y sus hombres del expolio
Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin, se afanó en los albores de aquel siglo en tomar, sin más consejo que el de la fuerza bruta, cuanto adornaba sus paredes y transportarlo a Inglaterra. El aristócrata consiguió llevárselas del país con un permiso del Sultán de Constantinopla, pero nadie en Atenas firmó sus permisos.
Beard pone en duda que podamos hoy culpar, por la vía legal, a Elgin y sus hombres. Apunta además a que "muchos de los atropellos llevados a cabo en la historia estaban amparados en la más perfecta legalidad de la época". Así, hasta 75 metros de frisos y 17 figuras a tamaño natural en mármol dijeron adiós a la colina de la Acrópolis para viajar a la pérfida Albión, donde les esperaban los rostros boquiabiertos de quienes malinterpretarían su grandeza en las décadas siguientes.
Una incómoda conclusión
Mary Beard apunta a la importancia de este momento, en parte por ser uno de los expolios más flagrantes de la historia del arte, en parte también por tratarse de un momento clave en el desarrollo de los estudios de la Antigüedad en Occidente. En ese preciso momento, toda una generación se volcó en la lectura y el descubrimiento de ese mundo en ruinas que cautivó, entre otros, a Lord Byron y a John Keats. Inspirando a este último su famoso poema Oda a una urna griega.
"Si no hubiera sido desmembrado, el Partenón no habría sido ni la mitad de famoso"
Aquellos restos jamás regresaron a Grecia, siguen expuestos en el Museo Británico a pesar de las peticiones por parte del gobierno heleno de repatriar sus restos y dejar que decoren las salas de su flamante Museo de la Acrópolis. Inevitablemente la historiadora señala la incómoda conclusión de que "si no hubiera sido desmembrado, el Partenón no habría sido ni la mitad de famoso".
Ruinas futuras
Parte de esa fama se adquirió a través de los miles de moldes de escayola que se obtuvieron de los originales y que viajaron a las principales cancillerías como obsequio. El expolio se convirtió en historia y generó una oleada de admiradores, turistas y, como era de esperar, más expolio.
Hoy, los trabajos de restauración no han terminado, ni lo harán nunca
En los años veinte del siglo pasado, el edificio volvió a ser recompuesto. Sin embargo, el ingeniero jefe del proyecto, Nikolaos Balanos, no contó con supervisión externa y el criterio que aplicó a su levantamiento terminó por demostrar los fallos fatales, como señala Beard: "Cualquier tambor de columna servía si encajaba lo suficientemente bien". Si a eso le añadimos las grapas de acero que seccionaban los sillares para anclarlos al edificio, el resultado era el de una restauración ramplona y con poco futuro.
Aún así, por primera vez desde su destrucción en el siglo XVII, se podía ver el archiconocido perfil del edificio. Hoy, los trabajos de restauración no han terminado, ni lo harán nunca. Desde 1970, la UNESCO interviene en el proceso y, junto con arqueólogos locales, han clasificado todas y cada una de las piedras de la Acrópolis, siguiendo un riguroso examen que atiende a sus condiciones y estado, intentando evitar futuros desastres.
El Partenón
Beard, quien ha conseguido —sin expolio alguno— interesarnos aún más por la historia clásica, es la mejor embajadora posible para adentrarnos en las ruinas del Partenón. Con varias decenas de libros a sus espaldas, pocas divulgadoras son capaces de contar con tanta agilidad e interés la Historia, así escrita con mayúscula.
Beard no niega que es osado tildar de universal lo que Grecia reclama como parte de un patrimonio robado
No esquiva tampoco el tema de la repatriación de sus restos. Apunta a la "redefinición" que el Museo Británico hizo de lo mismamente británico: véase como algo universal, patrimonio de todos los seres humanos, entendiendo Londres como una suerte de capitalmundial donde todos podrían disfrutar de los mármoles. Beard no niega que es osado tildar de universal lo que Grecia reclama como parte de un patrimonio robado. Aunque este debate promete alargarse unos cuantos siglos más.
En cualquier caso, El Partenón nos ofrece un relato a través de los siglos, lúcido y capaz de contar hechos que no se desarrollan de una forma unívoca. Donde sus protagonistas atienden a razones muy distintas y donde interpretarlas es la clave para que sus piedras consigan hablarnos en una lengua común y conocida: la de quienes aman y respetan el patrimonio humano.
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