
José María Pérez, Peridis
Editorial: Espasa
Año de publicación original: 2025
Cuando José María Pérez tenía tres años y todavía estaba lejos de ser Peridis, su padre fue destinado a Aguilar de Campoo, en el norte de la provincia de Palencia. Allí, como guarda forestal, logró sacar adelante a sus hijos, a los que dio casa, comida y una educación. Algo que, en plena posguerra, era mucho más de lo que muchos podían desear.
Allí, en aquel pequeño pueblo con olor a galleta —fruto de las fábricas de Fontaneda, Gullón y otras marcas que daban trabajo a hombres y mujeres—, el pequeño José María fue empujado por su curiosidad a relacionarse con unos vecinos que habían construido sus casas entre las ruinas del convento de Santa María la Real.
El pequeño José María fue empujado por su curiosidad a relacionarse con unos vecinos que vivían en las ruinas de un convento
Aquel edificio románico, tesoro de nuestro patrimonio, había sido abandonado por los frailes tras la desamortización de Mendizábal, en 1837. Un siglo después, con bóvedas caídas y paredes tambaleándose, los restos de aquel convento proporcionaban protección a multitud de familias que lo habían perdido todo durante la Guerra Civil.
Solo aquellos vecinos, que habían levantado viviendas, talleres y huertos en los terrenos del convento, conocían y cuidaban unas ruinas que, sin ellos, habrían estado condenadas a desaparecer. Peridis recorrió aquellos terrenos de la mano de los hijos de sus vecinos, explorando hasta el último rincón, en busca de un supuesto tesoro que escondía su desvencijada historia.
En defensa del patrimonio
Esa infancia de juegos y descubrimientos, en un espacio tan especial, creó en Peridis un respeto reverencial hacia el patrimonio en general y el románico en particular. Gracias a esa pasión, decidió estudiar arquitectura en Madrid, donde se instaló sin perder de vista jamás sus orígenes.
Tanto es así que suyo fue el impulso para rehabilitar y restaurar el convento caído en el que había jugado de niño, creando la Asociación de Amigos del Monasterio en los años 70. Para conseguirlo, en los 80, propició la creación de la Escuela Taller y la Casa de Oficios. Un proyecto gracias al que se enseñaban oficios relacionados con la restauración y protección del patrimonio a desempleados menores de 25 años.
Peridis entendió muy pronto que el tesoro que buscaba en aquel convento caído era el edificio en sí
Gracias a esa mano de obra formada, y en una rehabilitación que tuvo lugar a finales de los 80, dirigida por el propio Peridis como arquitecto, aquel convento caído, aquellas ruinas de su infancia se convirtieron en el Convento de Santa María la Real: un enclave turístico de primer orden, elemento indispensable del románico español.
Esta faceta de Peridis, menos conocida que la otra de dibujante, humorista y escritor, es la que ha marcado el eje principal de la vida de este genial y polifacético individuo, personaje imprescindible para comprender las corrientes más modernas de defensa del patrimonio. Un hombre que entendió muy pronto que el tesoro que buscaba en aquel convento caído era en realidad el edificio en sí.
Una vida de novela
Y para poner el foco en el origen de esa lucha incansable y entender por qué se niega a disfrutar de una merecida jubilación, por eso precisamente, Peridis ha escrito esta novela. Un libro que sirve como continuación a las muchas cruzadas que sigue defendiendo el arquitecto para recuperar el patrimonio artístico patrio.
Leer este libro no es solo asomarse a la vida de José María Pérez, es ser testigo de una época pasada
Aunque El tesoro del convento caídoson en realidad unas memorias disfrazadas de novela. Un repaso a una vida que guarda semejanzas con la del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ya que los dos, idealistas empedernidos, amantes de la lectura, no dudaron jamás en espolear sus cabalgaduras para lanzarse contra las injusticias que aparecían ante sus ojos.
Leer, por tanto, este libro, no es simplemente asomarse a la interesantísima vida que ha vivido José María Pérez, sino que es, sobre todo, ser testigo de una época pasada, en la que la dejadez del Estado y la curiosidad de los niños, permitían que estos se convirtieran en guías y custodios de los edificios más increíbles. Normal que el pequeño José Mari terminara siendo Peridis.
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